Marcos Resende
La palabra Teosofía tiene su origen etimológico en los vocablos griegos theos y sophia. Sophia significa literalmente “sabiduría”. La palabra theos puede traducirse, más apropiadamente, por “divina”.
Debemos tener claro que la palabra nunca es el objeto descrito. Es un símbolo, compuesto de letras, que intenta apuntar a algo. La palabra es el medio, nunca el fin. Sin embargo, muchas veces nos embrollamos con las palabras, y perdemos el sentido del fin que se busca con ellas. La palabra “dios” no es realmente “Dios”, sino un conjunto de cuatro letras que intenta señalar algo. Sin embargo, como casi todo el mundo tiene alguna idea o concepto de Dios, al usar esta palabra, uno evoca el contenido de la comprensión personal propia, y, a menudo, se queda enredado en ella. Del mismo modo, la palabra “amor” no siempre indica el significado que se intenta transmitir. En un sentido extremo, se usa, incluso, para justificar celos y pasión, que hacen imposible el amor real. Se usa incluso con fines comerciales, que no tienen nada que ver con su sentido intrínseco—es una expresión deformada fácilmente.
También debemos considerar que la humanidad y las civilizaciones crean patrones mentales rígidos en torno a palabras e ideas, que, a su vez, se convierten en dogmas, que lleva mucho tiempo desmontar. Hasta hace cinco siglos, se creía que la tierra era plana y que el sol giraba alrededor de ella. Fue necesario que los estudiosos desafiaran este arraigado concepto, afirmando que la tierra es redonda/esférica y gira alrededor del sol. Muchos fueron perseguidos en esa época, obligados a renegar de sus descubrimientos, y algunos, incluso, quemados vivos.
La palabra “teosofía” se emplea por primera vez en el siglo tercero DC en la ciudad de Alejandría en Egipto. Un grupo de estudiosos, llamados Neoplatónicos, fundó la Escuela Ecléctica Teosófica, afirmando que los líderes de las diferentes religiones no deberían pelearse, pues, en esencia, las enseñanzas, que llamaron religión de la sabiduría o Teosofía, eran las mismas. En 1875, en Nueva York, un grupo de diecisiete personas fundó la Sociedad Teosófica (ST) moderna.
Helena P. Blavatsky, una de los fundadores de la ST, al definir la palabra “Teosofía”, en su libro la Clave de la Teosofía, la llama la “sabiduría de los dioses”, afirmando que el universo está empapado/impregnado de conciencia, que actúa según las leyes universales, y no regido por un dios, como se creía en el siglo XIX.
Marcos L. B. de Resende es miembro del Consejo General de la Sociedad Teosófica y el anterior Secretario General de la Sección Brasileña.
La Sabiduría tiene que ser fruto de la experiencia, y no un mero concepto teórico o intelectual. N. Sri Ram, quinto Presidente Internacional de la ST, decía que la sabiduría sin acción, es pseudo sabiduría. Así que, la sabiduría tiene que ser una presencia creciente en la vida diaria de una persona; de otro modo, sería un mero ejercicio intelectual sin valor.
Sabiduría no es sinónimo de conocimiento. Una persona puede ser analfabeta, y, sin embargo, en cada situación de la vida, sabe lo que es justo, equilibrado, armonioso, unificador y beneficioso, y, actúa, por tanto, sabiamente. Otra persona puede tener una elevada educación intelectual, pero siendo díscolo/turbulento y desgraciado, crea conflictos y rompe la armonía, donde quiera que vaya. La Sabiduría tiene que ser fruto de la experiencia, de otro modo es pseudo-sabiduría.
Yo considero que la Teosofía es un océano de conciencia universal, que es profundamente sabia. No es difícil entender que, la conciencia impregna todas las cosas, tanto en el mundo objetivo, como en el subjetivo. Nos resulta difícil percibir la conciencia en el mundo mineral. Sin embargo, examinándolo atentamente, podemos percibir la existencia de transformación y evolución en este reino, al darnos cuenta que las piedras preciosas y los metales tienen, generalmente, características típicas, más evolucionadas que otros minerales. En el reino vegetal, la conciencia se hace algo más perceptible. El libro la Vida Secreta de las Plantas muestra la existencia de conciencia en estas. En el reino animal podemos percibir que la conciencia está más evolucionada, con manifestaciones claras de afecto, miedo, agresividad y otras
La física cuántica ha demostrado que el observador interfiere en el comportamiento de las partículas subatómicas. De este modo, podemos ver que la conciencia está presente en todo, desde los átomos y las moléculas a sus infinitas combinaciones y propiedades en los elementos químicos. En las células que constituyen los seres con vida orgánica, y en las diversificadas funciones de los órganos de estos seres. No es difícil observar que existe conciencia impregnando todo, desde los movimientos de las estrellas, planetas, galaxias y constelaciones hasta el nivel subatómico.
Mucha gente identifica la palabra Teosofía con la vasta literatura editada por la ST, así como con algunas enseñanzas de las grandes religiones y descubrimientos científicos. Sin embargo, esta idea reduce la sabiduría—que pertenece al Universo y a la Naturaleza—a una biblioteca, como si la sabiduría estuviera en los libros, lo que restringiría y limitaría lo que por definición es infinito. La Sabiduría no está en los libros; con o sin ayuda de los libros, uno puede descubrir por sí mismo las verdades a las que apuntan los libros o los errores cometidos por sus autores. La Verdad o la sabiduría tiene que encontrarse en la capacidad para discernir.
La vasta literatura, disponible en la ST es invalorable/invaluable. Puede ayudar a abrir vastos horizontes de comprensión/entendimiento. Sin embargo, si nos apegamos a ella, podemos crear otro patrón mental, basado en conceptos como reencarnación, evolución, karma, siete rayos, Maestros de Sabiduría, etc. Podemos estar repitiendo cosas que no sabemos, o que conocemos muy superficialmente, actuando mecánicamente, sin la vitalidad, que, solo la verdad viva, procedente de nuestro propio descubrimiento, puede proporcionar. Al crear un nuevo patrón mental, estamos diseñando una prisión para nosotros mismos. La vida, en todas sus dimensiones subjetiva y objetiva, va más allá de cualquier patrón mental en el que podamos acomodarnos.
Ahora, volvamos a la cuestión original, que estamos investigando. ¿Cómo vivir la Teosofía? Como ya dijimos, un teósofo es un buscador, un descubridor de caminos, en el territorio de la Verdad. Lo primero que tenemos que saber, es que no sabemos, y cuando pensamos que sabemos, ya estamos limitados, perdiendo la humildad y la capacidad de investigar.
Debemos tener claro que la Verdad no puede poseerse. Puede descubrirse en cualquier momento, pero no puede ser nunca un patrón mental. Es la fusión de la conciencia con la visión y comprensión de las cosas tal como son, con sus significados intrínsecos. La propia naturaleza de la Verdad la hace imposible para el dogmatismo, no puede ser degradada ni impuesta. Por su naturaleza, debe ser siempre cuestionada, de modo que vuelva a mostrarse claramente. Cuando uno está muy próximo a la Verdad, lo más importante es darse cuenta que uno puede equivocarse. Así que con cuidado, libertad y determinación, el territorio de la Verdad—que es infinito—puede abrirse y la conciencia despertar también en un progreso infinito. Por increíble que parezca, cuanto más uno descubre, más percibe uno, con humildad y olvido de sí mismo, la grandeza de todo cuanto existe.
Blavatsky decía que, la ética es el alma de la Teosofía. De modo que no hay forma de concebir la sabiduría como algo que no sea fruto de la experiencia y que esté disociado de nuestras relaciones diarias. La Ética se convierte en una forma de vida, con respeto y consideración para nuestros vecinos, y las acciones orientadas al bien común, donde uno no hace a los demás lo que no quiere para sí mismo.
De mis lecturas, he llegado a comprender que el altruismo es la esencia de la Teosofía. Sin embargo, la condición natural del ser humano, en el estado actual de evolución de la humanidad, es el egoísmo. Vivimos prácticamente todo el tiempo para nuestros propios intereses, el de nuestras familias, o grupos de amigos, y otros afines. Raramente dedicamos tiempo a algo que no sea de interés propio, bien financiero, promoción personal, búsqueda de prestigio o satisfacción física. Si estamos verdaderamente interesados en la Verdad, no podemos engañarnos a nosotros mismos. Tenemos que ver nuestro egoísmo, tal como es, sin crear conflicto, ni cualquier tipo de imagen idealizada, que se separa de lo que realmente es. Si pretendemos llevar a cabo acciones altruistas, sin darnos cuenta de nuestro propio egoísmo, y de las sutiles y disimuladas formas del ego, podemos, sin saberlo, estar generando más confusión aun en el mundo.
Por lo tanto, el camino para la transformación de centros de egoísmo, en centros de amor, amabilidad y servicio inegoísta, es infinito. No existe punto de llegada. Cada paso debe darse desde donde estamos, siendo sinceros/veraces con nosotros mismos y con los demás. En cualquier momento podemos desechar tendencias egoístas en pequeñas cosas de la vida cotidiana, percibiendo siempre nuestros hábitos egocéntricos, de modo que gradualmente vayan desapareciendo. La renuncia tiene que ser espontánea, viniendo siempre de dentro, y si fuera artificial, producida por una mente astuta, que se engaña a sí misma, negando lo que realmente es, solo serviría para crear más confusión en la vida personal y en el mundo en general.
El sendero espiritual para nosotros, seres humanos egoístas, es volvernos del revés, transformando las energías, que están centradas en uno mismo, en polos que irradian amor, sabiduría y armonía. Esta apertura y auto transformación llega con el auto conocimiento, que es la auto percepción de la vida y las relaciones, tal como son, sin la distorsión causada por nuestra auto imagen, ideas, prejuicios o intereses.
Para transformar el mundo, tenemos que transformarnos a nosotros mismos, aprendiendo y también enseñando. El día en que, un pequeño grupo de gente se transformen a sí mismos de centros de egoísmo en polos irradiando amor, una gran transformación tendría lugar en el mundo, y la vida sobre la Tierra podría ser más como es en los planos superiores de la Naturaleza.
Vivir la Teosofía significa un despertar de la conciencia en crecimiento permanente hacia dimensiones superiores. No es una tarea fácil; requiere un trabajo diario de observación de nosotros mismos y de la vida como un todo, de modo que las densas energías del egoísmo, enraizadas en nuestro carácter, se transformen gradualmente en energías más sutiles y armoniosas. Esta transformación necesitará, sin duda, muchas existencias, pero esto no quita la importancia del trabajo que tenemos que hacer ahora, en nuestro interior.
Vivir la Teosofía es descubrir lo sagrado en todas las cosas y en todos los seres. Para ello, es necesaria la renuncia del ego, con sus infinitas demandas, para que pueda producirse el florecimiento espontáneo del amor y de la compasión.
El panorama que ofrece la llamada literatura teosófica, puede ampliar nuestros horizontes de comprensión de forma extraordinaria, pero también puede convertirse en una traba si nos apegamos a detalles referentes a descripciones de cosas, muy alejadas de nuestra vida diaria, olvidando la transformación esencial, que debe producirse permanentemente en nuestro modo de vida.
La Teosofía en el siglo XXI tiene que ser mucho más que literatura. Tiene que ser una fuerza para el servicio a los otros, en la vida de todos los que aspiran a la transformación, que quieren aprender y comprender las enseñanzas, que anhelan despertar, y que, de forma natural, trae la luz que libera la conciencia y cura el sufrimiento de la humanidad.
Mata en ti todo recuerdo de experiencias pasadas. No mires hacia atrás o estarás perdido.
H. P. Blavatsky
La Voz del Silencio
The Theosophist, July 2018