The Theosophist, February 2018
Giordano Bruno gritó… en triunfo y con un arrebato de alegría, que pareció diabólica a la alarmada Iglesia:
¡Si! ¡Si! La tierra gira y se mueve en el espacio; los mundos son innumerables, el universo ilimitado, la vida encarna en formas por todas partes. Por tanto la vida es universal y crea seres vivos en todas partes. Esta vida, universal, omnipresente, infinita, es el Ser Universal al que los hombres han llamado Dios. Por todas partes hay mundos habitados, en todos los lugares hay seres vivos. Entonces, la muerte solamente puede desintegrar los cuerpos; pero no puede afectar a la vida. Por tanto, el cuerpo sólo tiene valor como instrumento para una vida, que sea deífica, una vida noble, amorosa, heroica, merecedora de formar parte de la vida universal y divina. Miedo, falsedad, bajeza, estos son los males reales de la vida.
Esta era la nueva base moral, correspondiente al nuevo pensamiento, que Bruno ofrecía a la Cristiandad con la ingenua expectativa de una respuesta amistosa: la Inmanencia de Dios, la Vida Universal vivificando todos los cuerpos; la eternidad del Espíritu, pues por su propia naturaleza es parte de la Vida Universal; y basado en estos dos hechos naturales e irrefutables, el culto de lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, la vida heroica, el único medio de que la vida especializada pueda hacerse digna de la Vida Universal.
Esta fue la tesis sostenida por Giordano Bruno en todos los países de Europa que visitó, en todas las universidades que le abrieron sus puertas, en todos los centros de pensamiento. Era esta visión de la vida, la que convertía su elocuencia en llama. Para él la ciencia no era árida y estéril, un mero conjunto de categorías, era una religión, fructífera e inspirada. Amaba la ciencia, predicaba la ciencia con toda su fiera energía e inefable entusiasmo; Fue el apóstol de la ciencia, su ferviente defensor y se convirtió en su mártir. Pues para él, ciencia significaba ocultismo, el estudio de la mente divina en la Naturaleza, el estudio de las ideas divinas incorporadas en los objetos materiales. Estudiando los objetos, resultaba posible leer el lenguaje de la Naturaleza, y aprender en ella los pensamientos de Dios.
Pero la Cristiandad rechazó absolutamente su mensaje. Si lo hubiera aceptado, el agrio conflicto librado desde el siglo decimosexto al decimonono entre religión y ciencia, nunca se hubiera producido.
Annie Besant fue la segunda Presidente de la Sociedad Teosófica, de 1907 a 1933. Extracto de Giordano Bruno: An Apostle of Theosophy, pp.32-35.
La Iglesia encarceló al Mensajero, quemó su cuerpo en la hoguera y lanzó sus cenizas a los vientos, que las dispersaron como semillas de la Verdad por toda Europa.
Sus ideas volaron hacia la inmortalidad, y se van extendiendo por el mundo moderno, son Teosofía.