ACCIÓN PSÍQUICA Y NOÉTICA – [Lucifer, Vol. VII, No. 38, octubre, 1890, pp. 89-98]

ACCIÓN PSÍQUICA Y NOÉTICA

[Lucifer, Vol. VII, No. 38, octubre, 1890, pp. 89-98]». . . . . .

Hice [al hombre] justo y correcto,

Suficiente para haberse mantenido en pie, aunque libre para caer

Así creé todos los Poderes Etéreos

Y los Espíritus, tanto los que se mantuvieron como los que fracasaron,

libres fueron los unos para sostenerse, los otros para caer«.

-MILTON, Paraíso Perdido, Libro III, líneas 98-108″.

. . . . La suposición de que la mente es un ser real, sobre el que puede actuar el cerebro, y que puede actuar sobre el cuerpo a través del cerebro, es la única compatible con todos los hechos de la experiencia.

–GEORGET. LADD, Elementos de Psicología Fisiológica, p. 667.

Una nueva influencia, un soplo, un sonido – «como de un viento poderoso que se precipita»- se ha extendido repentinamente sobre algunas cabezas teosóficas.

Una idea, vaga al principio, se convirtió con el tiempo en una forma muy definida, y ahora parece estar trabajando muy activamente en las mentes de algunos de nuestros miembros. Es esta: si queremos hacer conversos, las pocas enseñanzas ex-ocultas, que están destinadas a ver la luz de la publicidad, deben estar, en lo sucesivo, más subordinadas, si no totalmente en armonía con la ciencia moderna. Se insiste en que la llamada Cosmogonía Esotérica*[1] (o esotérica tardía), la antropología, la etnología, la geología -la psicología y, sobre todo, la metafísica-, tras haber sido adaptadas para rendir pleitesía al pensamiento moderno (por tanto, materialista), no deben nunca contradecir (en todo caso, no abiertamente) la «filosofía científica». Esta última, suponemos, significa los puntos de vista fundamentales y aceptados de las grandes escuelas alemanas, o de Mr. Herbert Spencer y algunas otras estrellas inglesas de menor magnitud; y no sólo éstos, sino también las deducciones que pueden extraer de ellos sus discípulos más o menos instruidos.

Una gran empresa, en verdad; y, además, una en perfecta conformidad con la política de los casuistas medievales, que distorsionaban la verdad e incluso la suprimían, si chocaba con la Revelación Divina.

Es inútil decir que rechazamos el compromiso. Es muy posible -más aún, probable y casi inevitable- que «los errores cometidos» en la interpretación de Principios metafísicos tan abstrusos como los contenidos en el Ocultismo oriental sean «frecuentes y a menudo importantes». Pero, entonces, todos esos errores se deben atribuir a los intérpretes, no al sistema mismo. Deben corregirse sobre la autoridad de la misma Doctrina, verificados por las enseñanzas cultivadas en el rico y firme suelo del Gupta Vidya, no por las especulaciones que florecen hoy, para morir mañana – en las arenas movedizas de las conjeturas científicas modernas, especialmente en todo lo que se refiere a la psicología y los fenómenos mentales.

Manteniendo nuestro lema, «No hay Religión más elevada que la Verdad», nos negamos decididamente a complacer a la ciencia física. Sin embargo, podemos decir lo siguiente: Si las llamadas ciencias exactas limitasen su actividad únicamente al ámbito físico de la naturaleza; si se ocupasen estrictamente de la cirugía, de la química -hasta sus límites legítimos- y de la fisiología, en la medida en que ésta se relaciona con la estructura de nuestro armazón corpóreo, los ocultistas serían los primeros en buscar ayuda en las ciencias modernas, por muchos que fuesen sus errores y equivocaciones. Pero una vez que los fisiólogos de la escuela «animalista»[2] moderna, sobrepasando la naturaleza material, pretenden inmiscuirse en las funciones y los fenómenos superiores de la Mente y dictarlos ex cátedra, diciendo que un análisis cuidadoso les lleva a la firme convicción de que el hombre no es más que un agente libre, y mucho menos responsable, que el animal, entonces el Ocultista tiene mucho más derecho que el «idealista» moderno medio a protestar.

Y el Ocultista afirma que ningún materialista -un testigo con prejuicios y parcial en el mejor de los casos- puede reclamar ninguna autoridad en la cuestión de la fisiología mental, o de lo que ahora él llama la fisiología del alma. La palabra «alma» no puede tener tal nombre, a menos que por alma se entienda solamente la mente inferior y psíquica, o la que se desarrolla en el hombre (proporcionalmente a la perfección de su cerebro) en intelecto, y en el animal en un instinto superior. Pero desde que el gran Charles Darwin enseñó que «nuestras ideas son movimientos animales del órgano de los sentidos», todo se vuelve posible para el fisiólogo moderno. Así, para gran aflicción de nuestros compañeros científicamente inclinados, es una vez más el deber de Lucifer ((La Revista de ese nombre)) mostrar hasta qué punto estamos en desacuerdo con la ciencia exacta, o digamos, hasta qué punto las conclusiones de esa ciencia se están alejando de la verdad y los hechos.

Por «ciencia» entendemos, por supuesto, la mayoría de los hombres de ciencia; la mejor minoría, nos complace decir, está de nuestro lado, al menos en lo que se refiere al libre albedrío en el hombre y a la inmaterialidad de la Mente. El estudio de la «Fisiología» del Alma, de la Voluntad en el hombre y de su Conciencia superior desde el punto de vista del genio y de sus facultades manifiestas, no puede nunca resumirse en un sistema de ideas generales representadas por breves fórmulas; no más que la psicología de la naturaleza material puede tener sus múltiples misterios resueltos por el mero análisis de sus fenómenos físicos. No existe un órgano especial de la voluntad, como tampoco existe una base física para las actividades de la autoconciencia.

Pero si se insiste en la cuestión de la base física de las actividades de la autoconciencia, no se puede dar ni siquiera sugerir una respuesta. Por su propia naturaleza, ese maravilloso actus verificador de la mente en el que se reconoce a sí misma como sujeto de sus propios estados, y también reconoce los estados como propios, no puede tener un sustrato material análogo o correspondiente. Es imposible especificar cualquier proceso fisiológico que represente este actus unificador; es incluso imposible imaginar cómo la descripción de cualquier proceso de este tipo podría ponerse en relación inteligible con este poder mental único.*[3]

Así, todo el cónclave de psico-fisiólogos puede ser desafiado a definir correctamente la Conciencia, y seguramente fracasarán porque la Conciencia del Ser pertenece únicamente al hombre y procede del YO, el Manas superior. Sólo que, mientras que el elemento psíquico (o Kama-manas)†[4] es común tanto al animal como al ser humano -el grado mucho más alto de su desarrollo en este último descansa meramente en la gran perfección y sensibilidad de sus células cerebrales- ningún fisiólogo, ni siquiera el más inteligente, podrá jamás resolver el misterio de la mente humana, en su más alta manifestación espiritual, o en su doble aspecto de lo psíquico y lo noético (o lo manásico[5]), o incluso comprender las complejidades de la primera en el plano puramente material, a menos que conozca algo de, y esté preparado para admitir la presencia de este elemento dual. Esto significa que tendría que admitir una mente inferior (animal), y una superior (o divina) en el hombre, o lo que se conoce en el ocultismo como los Egos «personal» e «impersonal». Pues entre lo psíquico y lo noético, entre la Personalidad y la Individualidad, existe el mismo abismo que entre un «Jack el Destripador» y un santo Buda. A menos que el fisiólogo acepte todo esto, decimos, siempre será llevado a un atolladero. Nos proponemos demostrarlo.

Como todos saben, la gran mayoría de nuestros doctos «Didymi» rechazan la idea del libre albedrío. Ahora bien, esta cuestión es un problema que ha ocupado las mentes de los pensadores desde hace mucho tiempo; cada escuela de pensamiento la ha abordado a su vez y la ha dejado tan lejos de la solución como siempre. Sin embargo, los modernos «psico-fisiólogos», que se encuentran en la cima de los dilemas filosóficos, pretenden, de la manera más fría y sorprendente, haber cortado el nudo gordiano para siempre. Para ellos el sentimiento de libre albedrío personal es un error, una ilusión, «la alucinación colectiva de la humanidad». Esta convicción parte del principio de que ninguna actividad mental es posible sin un cerebro, y que no puede haber un cerebro sin un cuerpo. Como este último está, además, sometido a las leyes generales de un mundo material en el que todo se basa en la necesidad, y en el que no hay espontaneidad, nuestro moderno psico-fisiólogo tiene nolens volens que repudiar toda auto-espontaneidad en la acción humana. Aquí tenemos, por ejemplo, a un profesor de fisiología de Lausana, A. A. Herzen*[6], para quien la pretensión del libre albedrío en el hombre aparece como el más anticientífico de los absurdos. Dice este oráculo:

–En el ilimitado laboratorio físico y químico que rodea al hombre, la vida orgánica representa un grupo de fenómenos bastante poco importante; y entre estos últimos, el lugar que ocupa la vida que ha llegado al estadio de la conciencia, es tan ínfimo que es absurdo excluir al hombre de la esfera de acción de una ley general, para permitir en él la existencia de una espontaneidad subjetiva o de un libre albedrío que se sitúe fuera de esa ley.

Para el ocultista que conoce la diferencia entre los elementos psíquicos y los noéticos en el hombre, esto es pura basura, a pesar de su sólida base científica. Pues cuando el autor plantea la pregunta -si los fenómenos psíquicos no representan los resultados de una acción de carácter molecular, ¿dónde desaparece entonces el movimiento después de alcanzar los centros sensoriales?- respondemos que nunca hemos negado el hecho. ¿Pero qué tiene esto que ver con el libre albedrío? Que todo fenómeno en el Universo visible tiene su génesis en el movimiento, es un viejo axioma en el Ocultismo; ni dudamos que el psico-fisiólogo se pondría en desacuerdo con todo el cónclave de científicos exactos si permitiera la idea de que en un momento dado toda una serie de fenómenos físicos puede desaparecer en el vacío. Por lo tanto, cuando el autor de la obra citada sostiene que dicha fuerza no desaparece al llegar a los centros nerviosos más elevados, sino que se transforma inmediatamente en otra serie, a saber, la de las manifestaciones psíquicas, en pensamiento, sentimiento y conciencia, del mismo modo que esta misma fuerza psíquica, cuando se aplica para producir algún trabajo de carácter físico (por ejemplo, muscular), se transforma en este último, el ocultismo le apoya, pues es el primero en decir que toda actividad psíquica, desde sus manifestaciones más bajas hasta las más elevadas, no es «más que… movimiento».

Sí, es el movimiento, pero no todo el movimiento «molecular», como el autor quiere hacernos creer. El movimiento como el GRAN RESPIRO (Vide La Doctrina Secreta, Vol. I, sub voce) –ergo «sonido» al mismo tiempo– es el sustrato del Movimiento Kósmico. No tiene principio ni fin, es la única vida eterna, la base y la génesis del universo subjetivo y objetivo; porque la VIDA (o el Ser) es la fons et origo de la existencia o del ser. Pero el movimiento molecular es la más baja y material de sus manifestaciones finitas. Y si la Ley general de la conservación de la energía lleva a la ciencia moderna a la conclusión de que la actividad psíquica sólo representa una forma especial de movimiento, esta misma Ley, que guía a los Ocultistas, les lleva también a la misma convicción, y a algo más, que la psico-fisiología deja totalmente fuera de toda consideración. Si esta última no ha descubierto hasta este siglo que la acción psíquica (decimos incluso espiritual) está sujeta a las mismas leyes generales e inmutables del movimiento que cualquier otro fenómeno manifestado en el reino objetivo del Kosmos, y que tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico (…) toda manifestación, ya sea consciente o inconsciente, no representa sino el resultado de una colectividad de causas, entonces en la filosofía oculta esto representa simplemente el A B C de su ciencia. «Todo el mundo está en el Swara; el Swara es el Espíritu mismo», la VIDA ÚNICA o el Movimiento, dicen los antiguos libros de la filosofía oculta hindú. «La traducción correcta de la palabra Swara es la corriente de la onda vital», dice el autor de «Nature’s Finer Forces»,*[7] y continúa explicando:

Ese Movimiento ondulante es la causa de la evolución de la Materia Cósmica Indiferenciada hacia el Universo diferenciado… . ¿De dónde viene este Movimiento? Este Movimiento es el Espíritu mismo. La palabra Âtma [Alma Universal] utilizada en el libro [vide infra], lleva en sí misma la idea de Movimiento Eterno, viniendo como viene de la raíz at, movimiento eterno; y, puede observarse significativamente, que la raíz at está conectada con, es de hecho simplemente otra forma de, la raíz ah, aliento, y as, ser. Todas estas raíces tienen como origen el sonido producido por el aliento de los animales [seres vivos]… La corriente primitiva de la onda vital es entonces la misma que asume en el hombre la forma del movimiento inspiratorio y espiratorio de los pulmones, y ésta es la fuente omnipresente de la evolución e involución del universo. . .

Tanto sobre el movimiento y la «conservación de la energía» de los viejos libros de magia escritos y enseñados siglos antes del nacimiento de la ciencia moderna inductiva y exacta. Pues qué dice esta última más que estos libros al hablar, por ejemplo, del mecanismo animal, cuando dice:

Desde el átomo invisible hasta el cuerpo celeste perdido en el Espacio, todo está sujeto al Movimiento… mantenidas a una distancia definida unas de otras, en proporción al movimiento que las anima, las moléculas presentan relaciones constantes, que sólo pierden por la adición o la sustracción de una cierta cantidad de movimiento.[8]

Pero el ocultismo dice más que esto. Mientras que hace del Movimiento en el plano material y de la conservación de la energía, dos leyes fundamentales, o más bien dos aspectos de la misma Ley Omnipresente -Swara-, niega a bocajarro que éstas tengan algo que ver con el libre albedrío del hombre, que pertenece a un plano muy diferente. El autor de Psycho-physiologie Générale, al tratar de su descubrimiento de que la acción psíquica no es más que un movimiento, y el resultado de una colectividad de causas, señala que como es así, no puede haber más discusión sobre la espontaneidad, en el sentido de cualquier propensión interna nativa creada por el organismo humano, y añade que lo anterior pone fin a toda pretensión de libre albedrío. El ocultista niega la conclusión. El hecho real de la individualidad psíquica (decimos Manásica o Noética) del hombre es una garantía suficiente contra la suposición; porque en el caso de que esta conclusión fuera correcta, o fuera de hecho, como el autor lo expresa, la alucinación colectiva de toda la humanidad a través de las edades, habría un fin también a la individualidad psíquica. Ahora bien, por individualidad «psíquica» queremos decir ese Poder auto-determinante que permite al hombre superar las circunstancias. Coloca a media docena de animales de la misma especie en las mismas circunstancias, y sus acciones, aunque no sean idénticas, serán muy similares; coloca a media docena de hombres en las mismas circunstancias y sus acciones serán tan diferentes como sus caracteres, es decir, su individualidad psíquica. Pero si en lugar de «psíquica» la llamamos voluntad superior autoconsciente, habiendo demostrado la propia ciencia de la psico-fisiología que la voluntad no tiene ningún órgano especial, ¿cómo van a relacionarla los materialistas con el movimiento «molecular»? Como dice el profesor George T. Ladd:

Los fenómenos de la Conciencia Humana deben ser considerados como actividades de alguna otra forma de Ser Real que las moléculas móviles del cerebro. Requieren un sujeto o base que es, en su naturaleza, diferente de las grasas fosforescentes de las masas centrales, las fibras nerviosas agregadas y las células nerviosas de la corteza cerebral. Este Ser Real que se manifiesta inmediatamente a sí mismo en los fenómenos de la C onciencia, e indirectamente a los demás a través de los cambios corporales, es la Mente [manas]. A ella hay que atribuir los fenómenos mentales, ya que muestra lo que es por lo que hace. Las llamadas «facultades» mentales son sólo los modos de comportamiento en la conciencia de este ser real. Encontramos realmente, por el único método disponible, que este ser real llamado Mente se comporta en ciertos modos perpetuamente recurrentes: por lo tanto, le atribuimos ciertas facultades. Las facultades mentales, pues, no son entidades que tengan una existencia por sí mismas… . Son los modos del comportamiento, en conciencia, de la mente. Y la naturaleza misma de los actos clasificatorios que llevan a distinguirlas sólo es explicable bajo el supuesto de que un ser real llamado mente existe, y debe distinguirse de los seres reales conocidos como las moléculas físicas de la masa nerviosa del cerebro.*[9] [p. 606.]

Y habiendo demostrado que tenemos que considerar la conciencia como una unidad (otra proposición oculta) el autor añade:

Concluimos entonces, a partir de la consideración anterior: el sujeto de todos los estados de Conciencia es una Unidad-Ser Real, llamada Mente; que es de naturaleza no material, y actúa y se desarrolla según leyes propias, pero está especialmente correlacionada con ciertas moléculas y masas materiales que forman la sustancia del Cerebro.†[10] [p. 613.]

Esta «Mente» es Manas, o más bien su reflejo inferior, que cuando se desconecta, por el momento, con kama, se convierte en la guía de las facultades mentales más elevadas, y es el órgano del libre albedrío en el hombre físico. Por lo tanto, esta suposición de la más reciente psico-fisiología es improcedente, y la aparente imposibilidad de conciliar la existencia del libre albedrío con la ley de la conservación de la energía es una pura falacia. Esto fue bien mostrado en las «Cartas Científicas» de «Elpay» en una crítica de la obra. Pero para demostrarlo definitivamente y poner toda la cuestión en su sitio, no hace falta ni siquiera una interferencia tan alta (alta para nosotros, en todo caso) como las leyes ocultas, sino simplemente un poco de sentido común. Analicemos la cuestión desapasionadamente. Un hombre, presumiblemente un científico, postula que debido a que «la acción psíquica se encuentra sujeta a las leyes generales e inmutables del movimiento, no hay, por lo tanto, libre albedrío en el hombre.» El «método analítico de las ciencias exactas» lo ha demostrado, y los científicos materialistas han decretado «aprobar la resolución» de que el hecho debe ser aceptado así por sus seguidores. Pero hay otros y mucho más grandes científicos que pensaron de manera diferente. Por ejemplo, Sir William Lawrence, el eminente cirujano, declaró en sus conferencias*[11] que:

––. . la doctrina teológica del alma, y su existencia separada, no tiene nada que ver con esta cuestión fisiológica, sino que descansa en una especie de prueba totalmente diferente. Estos sublimes dogmas nunca podrían haber sido sacados a la luz por los trabajos del anatomista y del fisiólogo. Un ser inmaterial y espiritual no podría haber sido descubierto entre la sangre y la suciedad de la sala de disección….

Examinemos ahora, según el testimonio del materialista, cómo se aplica en este caso especial ese disolvente universal llamado «método analítico». El autor de la Psico-fisiología descompone la actividad psíquica en sus elementos compuestos, los remonta al movimiento y, al no encontrar en ellos la menor huella de libre albedrío o de espontaneidad, salta a la conclusión de que estos últimos no tienen existencia en general, ni se encuentran en esa actividad psíquica que acaba de descomponer. «¿No son evidentes la falacia y el error de un procedimiento tan poco científico?», pregunta su crítico; y luego argumenta muy correctamente que:

— A este paso, y partiendo del punto de vista de este método analítico, se tendría igual derecho a negar todos los fenómenos de la naturaleza desde el primero hasta el último. Pues el sonido y la luz, el calor y la electricidad, como todos los demás procesos químicos, una vez descompuestos en sus elementos respectivos, ¿no conducen al experimentador de nuevo al mismo movimiento, en el que todas las peculiaridades de los elementos dados desaparecen dejando tras de sí sólo «las vibraciones de las moléculas»? Pero, ¿se deduce necesariamente que por todo ello, el calor, la luz, la electricidad… no son más que ilusiones en lugar de las manifestaciones reales de las peculiaridades de nuestro mundo real. Tales peculiaridades no se encuentran, por supuesto, en los elementos compuestos, simplemente porque no podemos esperar que una parte contenga, de principio a fin, las propiedades del todo. ¿Qué diríamos de un químico que, habiendo descompuesto el agua en sus compuestos, hidrógeno y oxígeno, sin encontrar en ellos las características especiales del agua, sostuviera que éstas no existían en absoluto ni podían encontrarse en el agua? ¿Y qué decir de un anticuario que, al examinar los tipos distribuidos y no encontrar ningún sentido en cada una de las letras, afirmara que no existe ningún sentido en ningún documento impreso? ¿Y acaso el autor de la Psico-fisiología no actúa de la misma manera cuando niega la existencia del libre albedrío o de la auto-espontaneidad en el hombre, sobre la base de que esta facultad distintiva de la actividad psíquica más elevada está ausente de esos elementos compuestos que ha analizado?

Es innegable que ningún trozo de ladrillo, de madera o de hierro, que haya formado parte de un edificio ahora en ruinas, puede conservar la menor huella de la arquitectura de ese edificio, en manos de un químico, por lo menos; aunque sí en las de un psicómetro, facultad por cierto, que demuestra mucho más poderosamente la ley de la conservación de la energía que cualquier ciencia física, y la muestra actuando tanto en los mundos subjetivos o psíquicos como en los planos objetivos y materiales. La génesis del sonido, en este plano, tiene que remontarse al mismo movimiento, y la misma correlación de fuerzas está en juego durante el fenómeno como en el caso de cualquier otra manifestación. ¿El físico, entonces, que descompone el sonido en su elemento compuesto de vibraciones y no encuentra en ellas ninguna armonía o melodía especial, negará la existencia de éstas? ¿Y no demuestra esto que el método analítico, al tener que ocuparse exclusivamente de los elementos y nada de sus combinaciones, lleva al físico a hablar con mucha ligereza del movimiento, de la vibración y de lo que no, y a hacerle perder de vista por completo la armonía producida por ciertas combinaciones de ese movimiento o la «armonía de las vibraciones»? La crítica, pues, tiene razón al acusar a la psico-fisiología materialista de descuidar estas distinciones tan importantes; al sostener que si la observación cuidadosa de los hechos es un deber en los fenómenos físicos más simples, ¿cuánto más debería serlo cuando se aplica a cuestiones tan complejas e importantes como la fuerza y las facultades psíquicas? Y, sin embargo, en la mayoría de los casos se pasan por alto todas esas diferencias esenciales, y el método analítico se aplica de la manera más arbitraria y prejuiciosa. Qué maravilla, entonces, si, al retrotraer la acción psíquica a sus elementos básicos de movimiento, el psico-fisiólogo, privándola durante el proceso de todas sus características esenciales, la destruye; y habiéndola destruido, sólo es razonable que sea incapaz de encontrar lo que ya no existe en ella. Olvida, en definitiva, o más bien ignora a propósito, que aunque, como todos los demás fenómenos del plano material, las manifestaciones psíquicas deben relacionarse en su análisis final con el mundo de la vibración (siendo el «sonido» el sustrato del Akasa Universal), sin embargo, en su origen, pertenecen a un Mundo de ARMONÍA diferente y superior. Elpay tiene algunas frases severas contra las suposiciones de los que él llama «físico-biólogos» que son dignas de mención.

Inconscientes de su error, los psico-fisiólogos identifican los elementos compuestos de la actividad psíquica con esa actividad misma: de ahí la conclusión, desde el punto de vista del método analítico, de que la más alta especialidad distintiva del alma humana -el libre albedrío, la espontaneidad- es una ilusión, y ninguna realidad psíquica. Pero como acabamos de mostrar, tal identificación no sólo no tiene nada en común con la ciencia exacta, sino que es sencillamente inadmisible, ya que choca con todas las leyes fundamentales de la lógica, en consecuencia de lo cual todas estas deducciones llamadas físico-biológicas que emanan de dicha identificación se desvanecen en el aire. Así pues, trazar la acción psíquica principalmente al movimiento, no significa en absoluto probar la «ilusión del libre albedrío». Y, como en el caso del agua, cuyas cualidades específicas no pueden ser privadas de su realidad aunque no se encuentren en sus gases compuestos, lo mismo ocurre con la propiedad específica de la acción psíquica: su espontaneidad no puede ser negada a la realidad psíquica, aunque esta propiedad no esté contenida en esos elementos finitos en los que el psicofisiólogo desmembra la actividad en cuestión bajo su bisturí mental.

Este método es «un rasgo distintivo de la ciencia moderna en su esfuerzo por satisfacer la indagación de la naturaleza de los objetos de su investigación mediante una descripción detallada de su desarrollo», dice G. T. Ladd. Y el autor de los Elementos de Psicología Fisiológica, añade:

— En efecto, el proceso universal del «Devenir» ha sido casi personificado y divinizado para convertirlo en el verdadero fundamento de toda existencia finita y concreta. . . . . . Se intenta referir todo el llamado desarrollo de la mente a la evolución de la sustancia del cerebro, bajo causas puramente físicas y mecánicas. Este intento, entonces, niega que cualquier unidad-ser real llamada Mente necesite ser asumida como experimentando un proceso de desarrollo de acuerdo a leyes propias. . . . . Por otra parte, todos los intentos de explicar el aumento ordenado de la complejidad y la amplitud de los fenómenos mentales mediante el seguimiento de la evolución física del cerebro son totalmente insatisfactorios para muchas mentes. Nosotros no dudamos en incluirnos en este grupo. Los hechos de la experiencia que muestran una correspondencia en el orden del desarrollo del cuerpo y de la mente, e incluso una cierta dependencia necesaria de la segunda respecto de la primera, deben ser admitidos, por supuesto, pero son igualmente compatibles con otro punto de vista del desarrollo de la mente. Este otro punto de vista tiene la ventaja adicional de que da cabida a muchos otros hechos de la experiencia que son muy difíciles de reconciliar con cualquier teoría materialista. En general, la historia de las experiencias de cada individuo es tal que requiere la suposición de que un ser-unidad real (una Mente) está experimentando un proceso de desarrollo, en relación con la condición cambiante o la evolución del cerebro, y sin embargo de acuerdo con una naturaleza y leyes propias [pp. 614-16].

La proximidad de este último «supuesto» de la ciencia con las enseñanzas de la filosofía oculta se mostrará en la segunda parte de este artículo. Mientras tanto, podemos terminar con una respuesta a la última falacia materialista, que puede resumirse en pocas palabras. Como toda acción psíquica tiene por sustrato los elementos nerviosos cuya existencia postula, y fuera de los cuales no puede actuar; como la actividad de los elementos nerviosos no son más que movimientos moleculares, no hay pues necesidad de inventar una Fuerza especial y psíquica para la explicación de nuestro trabajo cerebral. El Libre Albedrío obligaría a la Ciencia a postular un Libre Albedrío invisible, un creador de esa Fuerza especial. Estamos de acuerdo: «ni la más mínima necesidad» de un creador de «esa Fuerza especial» o de cualquier otra. Tampoco nadie ha afirmado nunca tal absurdo. Pero entre crear y guiar, hay una diferencia, y esta última no implica en absoluto ninguna creación de la energía del movimiento, o, de hecho, de cualquier energía especial. La mente psíquica (a diferencia de la Mente Manásica o Noética) sólo transforma esta energía del «ser-unidad» según «una naturaleza y unas leyes propias», según la feliz expresión de Ladd. El «ser-unidad» no crea nada, sino que sólo provoca una correlación natural de acuerdo con las leyes físicas y las leyes propias; al tener que utilizar la Fuerza, guía su dirección, eligiendo los caminos por los que procederá y estimulándola a la acción. Y, como su actividad es sui generis, e independiente, lleva esta energía desde este mundo de desarmonía a su propia esfera de armonía. Si no fuera independiente, no podría hacerlo. Tal como es, la libertad de la voluntad del hombre está más allá de toda duda o cavilación. Por lo tanto, como ya se ha observado, no se trata de crear, sino simplemente de guiar. Porque el marinero en el timón no crea el vapor en la máquina, ¿diremos que no dirige el barco? Y, porque nos negamos a aceptar las falacias de algunos psico-fisiólogos como la última palabra de la ciencia, ¿proporcionamos así una nueva prueba de que el libre albedrío es una alucinación? Nos burlamos de la idea animalista. Cuánto más científica y lógica, además de ser tan poética como grandiosa, es la enseñanza del Kathopanishad, que, en una bella y descriptiva metáfora, dice que: «Los sentidos son los caballos, el cuerpo es el carro, la mente (kama-manas) es las riendas y el intelecto (o libre albedrío) el auricular ((Auriga))». Verdaderamente, hay más ciencia exacta en el menos importante de los Upanishads, compuesto hace miles de años, que en todos los desvaríos materialistas de la «físico-biología» y la «psico-fisiología» modernas juntas.

[Lucifer, Vol. VII, No. 39, noviembre, 1890, pp. 177-185]».

 . . . El conocimiento del pasado, del presente y del futuro, está encarnado en Kshetrajña (el ‘Yo’) .»-Axiomas Ocultos.

Habiendo explicado en qué particularidades y por qué, como Ocultistas, estamos en desacuerdo con la psicología fisiológica materialista, podemos ahora proceder a señalar la diferencia entre las funciones mentales psíquicas y noéticas, no siendo la Noética reconocida por la ciencia oficial. Además, nosotros, los Teósofos, entendemos los términos «psíquico» y «psiquismo» de manera algo diferente al público de la edad media, a la ciencia, e incluso a la teología, dándole esta última un significado que tanto la ciencia como la Teosofía rechazan, y el público en general permanece con una concepción muy nebulosa de lo que realmente se quiere decir con los términos. Para muchos, hay poca diferencia, si es que hay alguna, entre «psíquico» y «psicológico», ambas palabras relacionadas de alguna manera con el Alma Humana. Algunos metafísicos modernos han acordado sabiamente desconectar la palabra Mente (Pneuma) del Alma (psychê), siendo una la parte racional, espiritual, y la otra -psychê- el principio vivo en el hombre, el aliento que lo anima (de anima, alma). Sin embargo, si esto es así, ¿cómo en este caso negar un alma a los animales? Estos están, no menos que el hombre, informados con el mismo principio de vida sensible, el Nephesh del 2º capítulo del Génesis.

El Alma no es en absoluto la Mente, ni un idiota, desprovisto de esta última, puede ser llamado un ser «sin alma». Describir, como lo hacen los fisiólogos, el Alma humana en sus relaciones con los sentidos y los apetitos, los deseos y las pasiones, comunes al hombre y al bruto, y luego dotarla de un intelecto semejante al de Dios, de facultades espirituales y racionales que sólo pueden tener su origen en un mundo supersensible, es arrojar para siempre el velo de un misterio impenetrable sobre el tema.

Sin embargo, en la ciencia moderna, la «psicología» y el «psiquismo» sólo se relacionan con las condiciones del sistema nervioso, y los fenómenos mentales se relacionan únicamente con la acción molecular.

El carácter noético superior del Principio-Mente es totalmente ignorado, e incluso rechazado como una «superstición» tanto por los fisiólogos como por los psicólogos. La psicología, de hecho, se ha convertido en muchos casos en un sinónimo de la ciencia de la psiquiatría.

Por lo tanto, los estudiantes de Teosofía, al verse obligados a diferir de todo esto, han adoptado la doctrina que subyace en las filosofías consagradas de Oriente. Para comprender mejor los argumentos anteriores y los que siguen, se pide al lector que se dirija al editorial del Lucifer de septiembre («El doble aspecto de la sabiduría», p. 3), y se familiarice con el doble aspecto de lo que Santiago denomina en su Epístola [cap. iii, 15, 17] a la vez: la sabiduría diabólica, terrestre, y la «Sabiduría de lo alto».

En otro editorial, «Kosmic Mind» (abril de 1890), se afirma también que los antiguos hindúes dotaron de conciencia a cada célula del cuerpo humano, dando a cada una el nombre de un Dios o Diosa. Hablando de los átomos en nombre de la ciencia y la filosofía, el profesor Ladd los llama en su obra*[12] «seres supersensibles».

El Ocultismo considera cada Átomo† como una «entidad independiente» y cada célula como una «unidad consciente». [1] ‡ Profesor de Filosofía en Yale University.

Explica que tan pronto como tales átomos se agrupan para formar células, éstas quedan dotadas de conciencia, cada una de su propia clase, y de libre albedrío para actuar dentro de los límites de la ley. Tampoco estamos totalmente privados de pruebas científicas para tales afirmaciones, como bien demuestran los dos editoriales mencionados. Más de un fisiólogo erudito de la minoría de oro, en nuestros días, además, está llegando rápidamente a la convicción de que la memoria no tiene asiento, ningún órgano especial propio en el cerebro humano, sino que tiene asientos en todos los órganos del cuerpo.

«No existe ninguna base sólida para hablar de ningún órgano especial, o sede de la memoria», escribe el profesor G. T. Ladd.‡[13] «Cada órgano -de hecho, cada área, y cada elemento- del sistema nervioso tiene su propia memoria» (op. cit., p. 553).

La sede de la memoria, entonces, no está ciertamente ni aquí ni allá, sino en todo el cuerpo humano. Localizar su órgano en el cerebro es limitar y empequeñecer la Mente Universal y sus innumerables Rayos (el Manasaputra) que informan a todo mortal racional. Como escribimos para los teofistas, en primer lugar, nos importan poco los prejuicios psicofóbicos de los materialistas que puedan leer esto y olfatear despectivamente la mención de la «Mente Universal» y de las almas noéticas superiores de los hombres. Pero, ¿qué es la memoria, preguntamos? «Tanto la presentación del sentido como la imagen de la memoria, son fases transitorias de la Conciencia», se nos responde. Pero, ¿qué es la Conciencia en sí misma? «No podemos definir la Conciencia», nos dice el profesor Ladd. Por lo tanto, lo que se nos pide por la psicología fisiológica es que nos contentemos con controvertir los diversos estados de la conciencia por medio de las hipótesis privadas y no verificables de otras personas; y esto, «en una cuestión de fisiología cerebral en la que los expertos y los novatos son igualmente ignorantes», para utilizar la observación aguda de dicho autor. Hipótesis por hipótesis, pues, podemos aferrarnos tanto a las enseñanzas de nuestros Videntes como a las conjeturas de quienes niegan tanto a esos videntes como a su Sabiduría. Tanto más cuanto que el mismo honesto hombre de ciencia nos dice que si «la metafísica y la ética no pueden dictar propiamente sus hechos y conclusiones a la ciencia de la psicología fisiológica . . . a su vez, esta ciencia no puede dictar correctamente a la metafísica y a la ética las conclusiones que deben sacar de los hechos de la Conciencia, dando sus mitos y fábulas con el ropaje de una historia bien comprobada de los procesos cerebrales» (p. 544).

Ahora bien, como la metafísica de la fisiología y la psicología ocultas postulan dentro del hombre mortal una entidad inmortal, la «Mente Divina» o Nous, cuyo pálido y demasiado a menudo distorsionado reflejo es lo que llamamos «Mente» e intelecto en los hombres -virtualmente una entidad aparte de la primera durante el período de cada encarnación- decimos que las dos fuentes de «memoria» están en estos dos «Principios». Estos dos se distinguen como el Manas Superior (Mente o Ego), y el Kama-Manas, es decir, el intelecto racional, pero terrenal o físico del hombre, incrustado en la materia y ligado a ella, por lo que está sujeto a la influencia de esta última: el YO omnipresente, que se reencarna periódicamente -¡verdaderamente el VERBO hecho carne!- y que es siempre el mismo, mientras que su «Doble» reflejado, que cambia con cada nueva encarnación y personalidad, es, por lo tanto, consciente sólo durante un período de vida. Este último «principio» es el Yo Inferior, o sea, el que manifestándose a través de nuestro sistema orgánico, actuando en este plano de ilusión, se imagina a sí mismo la Suma del Ego, y cae así en lo que la filosofía budista califica de «herejía de la separatividad». A la primera la denominamos INDIVIDUALIDAD, a la segunda Personalidad. De la primera procede todo el elemento noético, de la segunda, lo psíquico, es decir, la «sabiduría terrestre» en el mejor de los casos, ya que está influenciada por todos los estímulos caóticos de las pasiones humanas o más bien animales del cuerpo viviente.

El «Ego Superior» no puede actuar directamente sobre el cuerpo, ya que su conciencia pertenece a otro plano y planos de ideación: el Yo «inferior» sí: y su acción y comportamiento dependen de su libre albedrío y elección en cuanto a si gravitará más hacia su progenitor («el Padre en el Cielo») o hacia el «animal» al que informa, el hombre de carne.

El «Ego Superior», como parte de la esencia de la MENTE UNIVERSAL, es incondicionalmente omnisciente en su propio plano, y sólo potencialmente en nuestra esfera terrestre, ya que tiene que actuar únicamente a través de su alter ego: el Yo Personal.

AHORA, aunque la primera es el vehículo de todo el conocimiento del pasado, del presente y del futuro, y aunque es desde esta fuente que su «doble» capta ocasionalmente visiones de lo que está más allá de los sentidos del hombre, y las transmite a ciertas células cerebrales (desconocidas por la ciencia en sus funciones), haciendo así del hombre un Vidente, un adivino y un profeta; sin embargo, la memoria de los acontecimientos pasados -especialmente de la tierra, terrenal- tiene su sede sólo en el Ego Personal.

Ningún recuerdo de una función puramente cotidiana, de naturaleza física, egoísta, o de naturaleza mental inferior -como, por ejemplo, comer y beber, disfrutar de los placeres sensuales personales, hacer negocios en detrimento del prójimo, etc., etc., tiene nada que ver con la Mente o Ego «Superior». Tampoco tiene ningún trato directo en este plano físico con nuestro cerebro o nuestro corazón -porque estos dos son los órganos de un poder superior a la Personalidad-, sino sólo con nuestros órganos pasionales, como el hígado, el estómago, el bazo, etc. Por lo tanto, es lógico que el recuerdo de tales acontecimientos se despierte primero en el órgano que fue el primero en inducir la acción recordada después, y la transmitió a nuestro «pensamiento sensorial», que es totalmente distinto del pensamiento «supersensual».

Sólo las formas superiores de este último, las experiencias mentales super-conscientes, pueden correlacionarse con los centros cerebrales y cardíacos. Los recuerdos de los hechos físicos y egoístas (o personales), por otra parte, junto con las experiencias mentales de naturaleza terrestre, y de las funciones biológicas terrestres, sólo pueden, necesariamente, correlacionarse con la constitución molecular de varios órganos kámicos, y la «asociación dinámica» de los elementos del sistema nervioso en cada órgano particular.

Por lo tanto, cuando el profesor Ladd, después de mostrar que cada elemento del sistema nervioso tiene una memoria propia, añade: – «Este punto de vista pertenece a la esencia misma de toda teoría que considera la reproducción mental consciente como sólo una forma o fase del hecho biológico de la memoria orgánica»- debe incluir entre tales teorías la enseñanza ocultista. Porque ningún ocultista podría expresar esta enseñanza más correctamente que el profesor, que dice, al concluir su argumento: «Podríamos hablar, pues, de la memoria del órgano final de la visión o del oído, de la memoria de la médula espinal y de los diferentes «centros» llamados de acción refleja pertenecientes a la médula, de la memoria de la médula oblonga, del cerebelo, etc.». [pp. 553-54]. Esta es la esencia de la enseñanza oculta, incluso en las obras del Tantra.

En efecto, cada órgano de nuestro cuerpo tiene su propia memoria. Porque si está dotado de una conciencia «de su propia especie», cada célula debe tener necesariamente una memoria de su propia especie, así como su propia acción psíquica y noética. Respondiendo al toque de una Fuerza física y de una Fuerza metafísica, *[14] el impulso dado por la Fuerza psíquica (o psico-molecular ) actuará desde fuera hacia dentro; mientras que el de la Fuerza noética (¿la llamaremos Espiritual-dinámica?) actúa desde dentro hacia fuera.

* 14Confiamos en que este término tan poco científico no lleve a ningún «animalista» a un estado de histeria irrecuperable.

Pues, así como nuestro cuerpo es la envoltura de los «principios» interiores, el Alma, la Mente, la Vida, etc., la molécula o la célula es el cuerpo en el que habitan sus «principios ((los de la célula o molécula)) «, que (para nuestros sentidos y comprensión) ((son los)) átomos inmateriales que componen esa célula.

La actividad y el comportamiento de la célula están determinados por su propulsión hacia el interior o hacia el exterior, por la Fuerza Noética o por la fuerza psíquica, no teniendo la primera ninguna relación con las células físicas propiamente dichas. Por lo tanto, mientras estas últimas actúan bajo la inevitable Ley de la conservación y correlación de la energía física, los Átomos -siendo unidades psico-espirituales, no físicas- actúan bajo Leyes propias, tal como lo hace el «Ser-Unidad» del profesor Ladd, que es nuestro «Yo-Mente», en su misma hipótesis filosófica y científica.

Cada órgano humano y cada célula de éste tiene un teclado propio, como el de un piano, sólo que registra y emite sensaciones en lugar de sonidos.

Cada tecla contiene la potencialidad de ser buena o mala, de producir armonía o desarmonía. Esto depende del impulso dado y de las combinaciones producidas; de la fuerza del toque del artista en el trabajo, una «Unidad de doble cara», en efecto. Y es la acción de esta u otra «Cara» de la Unidad la que determina la naturaleza y el carácter dinámico de los fenómenos manifestados como acción resultante, y esto tanto si son físicos como mentales. Pues toda la vida del hombre está guiada por esta Entidad de doble cara.

Si el impulso proviene de la «Sabiduría de arriba», siendo la Fuerza aplicada Noética o Espiritual, los resultados serán acciones dignas del propulsor Divino; si de la «sabiduría terrestre, diabólica» (poder psíquico), las actividades del hombre serán egoístas, basadas únicamente en las exigencias de su naturaleza física, por lo tanto, animal.

Lo que antecede puede sonar al lector medio como un puro disparate; pero todo teósofo debe comprender cuando se le dice que en él hay Órganos Manásicos además de kámicos, aunque las células de su cuerpo responden a impulsos tanto físicos como espirituales. Verdaderamente ese cuerpo, tan profanado por el Materialismo y por el hombre mismo, es el Templo del Santo Grial, el Adytum de los más grandes, es más, de todos los misterios de la naturaleza en nuestro Universo Solar.

Ese cuerpo es un arpa eólica, con dos juegos de cuerdas, uno de plata pura y otro de tripa de gato. Cuando el aliento del Fiat Divino roza suavemente la primera, el hombre se asemeja a su Dios, pero el otro juego no lo siente. Necesita la brisa de un fuerte viento terrestre, impregnado de efluvios animales, para hacer vibrar sus cuerdas animales. La función de la mente física inferior es actuar sobre los órganos físicos y sus células; pero, es la Mente Superior la única que puede influir en los átomos que interactúan en esas células, cuya interacción es la única capaz de excitar al cerebro, a través de la médula «central» espinal, a una representación mental de ideas espirituales mucho más allá de cualquier objeto de este plano material.

Los fenómenos de la Conciencia Divina tienen que ser considerados como actividades de nuestra Mente en otro plano más elevado, trabajando a través de algo menos sustancial que las moléculas en movimiento del cerebro.

No pueden explicarse como la simple resultante del proceso fisiológico cerebral, ya que, en efecto, este último sólo los condiciona o les da una forma final con fines de manifestación concreta.

El Ocultismo enseña que las células del hígado y del bazo son las más serviles a la acción de nuestra mente «personal», siendo el corazón el órgano por excelencia a través del cual actúa el Ego «Superior», a través del Yo Inferior.

Tampoco las visiones o el recuerdo de los acontecimientos puramente terrestres pueden ser transmitidos directamente a través de las percepciones mentales del cerebro, receptor directo de las impresiones del corazón.

Todos estos recuerdos tienen que ser estimulados y despertados primero por los órganos que fueron los originadores, como ya se ha dicho, de las diversas causas que condujeron a los resultados, o bien, los receptores y participantes directos de estos últimos.

En otras palabras, si lo que se llama «asociación de ideas» tiene mucho que ver con el despertar de la memoria, la interacción mutua y la interrelación consecuente entre la «Entidad-Mente» personal y los órganos del cuerpo humano lo tienen mucho más.

Un estómago hambriento evoca la visión de un banquete pasado, porque su acción se refleja y repite en la mente personal. Pero incluso antes de que la memoria del Yo personal irradie la visión desde las tablillas en las que se almacenan las experiencias de la vida cotidiana -incluso hasta los más mínimos detalles-, la memoria del estómago ya ha evocado lo mismo. Y así con todos los órganos del cuerpo. Son ellos los que originan según sus necesidades y deseos animales las chispas electro-vitales que iluminan el campo de la conciencia en el Ego inferior; y son estas chispas las que a su vez despiertan para funcionar las reminiscencias en él.

Todo el cuerpo humano es, como se ha dicho, una vasta caja de resonancia, en la que cada célula lleva un largo registro de impresiones relacionadas con su órgano matriz, y cada célula tiene una memoria y una conciencia de su tipo, o llámese instinto si se quiere. Estas impresiones son, según la naturaleza del órgano, físicas, psíquicas o mentales, según se relacionen con este u otro plano. Pueden llamarse «estados de conciencia» sólo por falta de una expresión mejor, ya que hay estados de conciencia instintiva, mental y puramente abstracta o espiritual.

Si atribuimos todas estas acciones «psíquicas» al trabajo del cerebro, es sólo porque en esa mansión llamada cuerpo humano el cerebro es la puerta principal, y la única que se abre al Espacio. Todas las demás son puertas interiores, aberturas en el edificio privado, a través de las cuales viajan incesantemente los agentes transmisores de la memoria y la sensación.

La claridad, la vivacidad y la intensidad de éstas ((memoria y sensación)) dependen del estado de salud y de la solidez orgánica de los ((órganos)) transmisores. Pero su realidad, en el sentido de veracidad o corrección, se debe al «principio» en que se originan, y a la preponderancia en el Manas inferior del elemento frénico («Kamic», terrestre).

Pues, como enseña el Ocultismo, si la Entidad-Mente Superior -la permanente e inmortal- es de la Esencia Divina homogénea de «Alaya-Akasa «*[15] o Mahat, su reflejo, la Mente Personal, es, como «Principio» temporal, de la Sustancia de la Luz Astral.

*15 Otro nombre para la Mente Universal

Como Rayo puro del «Hijo de la Mente Universal», no podría realizar ninguna función en el cuerpo, y permanecería impotente sobre los turbulentos órganos de la Materia. Así, mientras que su constitución interna es Manásica, su «cuerpo», o más bien su esencia de funcionamiento, es heterogénea, y está leudada ((verbo leudar poner levadura)) con la Luz Astral, el elemento más bajo del Éter.

Es parte de la misión del Rayo Manásico, deshacerse gradualmente del elemento ciego y engañoso que, aunque hace de él una entidad espiritual activa en este plano, todavía lo pone en contacto tan estrecho con la materia como para enturbiar totalmente su Naturaleza Divina y embrutecer sus intuiciones.

Esto nos lleva a ver la diferencia entre las Visiones Noéticas puras y las visiones psíquicas terrestres ((resultantes)) de la videncia y la mediumnidad.

Las primeras pueden obtenerse por uno de dos medios:

a) a condición de paralizar a voluntad la memoria y la acción instintiva e independiente de todos los órganos materiales e incluso de las células del cuerpo de carne, acto que, una vez que la Luz del Ego ((o Yo)) Superior ha consumido y sometido para siempre la naturaleza pasional del Ego personal e inferior, es fácil, pero requiere un adepto; y

(b) de ser una reencarnación de alguien que, en un nacimiento anterior, había alcanzado, por medio de una extrema pureza de vida y de esfuerzos en la dirección correcta, casi un estado Yogui de santidad y de santidad.

Existe también una tercera posibilidad de alcanzar en visiones místicas el plano del Manas ((o Yo)) Superior; pero es sólo ocasional y no depende de la voluntad del Vidente, sino de la extrema debilidad y agotamiento del cuerpo material por la enfermedad y el sufrimiento. La Vidente de Prevorst era un ejemplo de este último caso; y Jacob Böhme de nuestra segunda categoría. En todos los demás casos de videncia anormal, de la llamada clariaudiencia, clarividencia y trances, se trata simplemente de la mediumnidad.

Ahora bien, ¿qué es un médium? El término médium, cuando no se aplica simplemente a las cosas y a los objetos, se supone que es una persona a través de la cual se manifiesta o se transmite la acción de otra persona o ser.

Los espiritistas que creen en la comunicación con los espíritus desencarnados, y que éstos pueden manifestarse a través de ellos o impresionar a los sensitivos para que transmitan «mensajes» de ellos, consideran la mediumnidad como una bendición y un gran privilegio.

Nosotros, los teósofos, en cambio, que no creemos en la «comunión de los espíritus» como los espiritistas, consideramos el don como una de las más peligrosas de las enfermedades nerviosas anormales. Un médium es simplemente aquel en cuyo Ego personal, o mente terrestre (psychê), el porcentaje de “luz astral” penetra de tal manera que impregna con ella toda su constitución física. Cada órgano y cada célula están así sintonizados, por así decirlo, y sometidos a una tensión enorme y anormal. La mente ((del médium)) está siempre en el plano de, y totalmente inmersa en, esa luz engañosa ((recordemos que es el elemento más bajo del Éter)) cuya Alma es Divina, pero cuyo cuerpo -las ondas de luz en los planos inferiores- es infernal, pues no son más que los reflejos negros y desfigurados de los recuerdos de la tierra.

El ojo inexperto del pobre sensible no puede atravesar la oscura bruma, la densa niebla de las emanaciones terrestres, para ver más allá en el campo radiante de las verdades eternas. Su visión está desenfocada. Sus sentidos, acostumbrados desde su nacimiento, como los de un nativo de los barrios bajos de Londres, al hedor y a la suciedad, a las distorsiones antinaturales de las vistas e imágenes arrojadas en las ondas caleidoscópicas del plano astral, son incapaces de discernir lo verdadero de lo falso. Y así, los pálidos cadáveres sin alma que se mueven en los campos sin caminos de «Kama loka», le parecen las imágenes vivas de los «queridos difuntos»; los ecos rotos de voces antaño humanas, que pasan por su mente, le sugieren frases bien coordinadas, que repite, ignorando que su forma y pulido final fueron recibidos en las profundidades más íntimas de su propia fábrica cerebral. Y así, la visión y la audición de lo que, visto en su verdadera naturaleza, habría helado de horror el corazón del médium, le llena ahora de un ((engañoso)) sentimiento de beatitud y de confianza. El médium cree realmente que las vistas inconmensurables que se le presentan son el verdadero mundo espiritual, la morada de los benditos ángeles desencarnados.

Sostenemos -habiendo pasado, desgraciadamente, en un período de la vida, por tales experiencias- que, en general, el espiritismo es muy peligroso; y las experiencias psíquicas, cuando se aceptan indiscriminadamente, sólo conducen a engañar honestamente a los demás, porque el médium es la primera víctima auto-engañada.

Además, una asociación demasiado estrecha con la «Vieja Serpiente Terrestre» es infecciosa. Las corrientes ódicas y magnéticas de la Luz Astral incitan a menudo al asesinato, a la embriaguez, a la inmoralidad, y, como lo expresa Éiphas Lévi, las naturalezas no del todo puras «pueden ser llevadas de cabeza por las fuerzas ciegas puestas en movimiento en la Luz», por los errores y pecados impuestos en sus ondas. Y así es como el gran Mago del siglo XIX corrobora lo anterior al hablar de la Luz Astral:

Hemos dicho que para adquirir el poder mágico son necesarias dos cosas: desprender la voluntad de toda servidumbre y ejercerla en control. La voluntad soberana [del Adepto] está representada en nuestros símbolos por la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente, y por el ángel resplandeciente que reprime al dragón, y lo sujeta bajo su pie y su lanza; el gran agente mágico, la doble corriente de luz, el fuego vivo y astral de la tierra, ha sido representado en las antiguas teogonías por la serpiente con cabeza de toro, de carnero o de perro. Es la doble serpiente del caduceo, es la Vieja Serpiente del Génesis, pero también es la serpiente de bronce de Moisés enroscada alrededor del Tau, es decir, del lingam generador. Es también el macho cabrío del sabbat de las brujas, y el Baphomet de los templarios; es la Hylê de los gnósticos; es la serpiente de doble cola que forma las patas del gallo solar del Abraxas: finalmente, es el Diablo de M. Eudes de Mirville. Pero en realidad es la fuerza ciega que las almas [es decir, el Manas o Nephesh inferior] tienen que conquistar para liberarse de los lazos de la tierra; pues si su voluntad no las libera de esta atracción fatal, serán absorbidas en la corriente por la fuerza que las ha producido, y volverán al fuego central y eterno*[16].

* 16 Dogme et Rituel de la Haute Magie, Vol. II, ch. vi.

El «fuego central y eterno» es esa Fuerza desintegradora que consume y quema gradualmente el Kama-rupa, o «personalidad», en el Kama-loka, adonde va después de la muerte. Y en verdad, los Médiums son atraídos por la luz astral, es la causa directa de que sus «almas» personales sean absorbidas «por la fuerza que ha producido» sus elementos terrestres. Y, por lo tanto, como el mismo Ocultista nos dice:

Todas las operaciones mágicas consisten en liberarse de las bobinas de la Serpiente Antigua; luego colocar el pie en su cabeza, y conducirla según la voluntad del operador. «Te daré», dice la Serpiente, en el mito evangélico, «todos los reinos de la tierra, si te postras y me adoras». El Iniciado debe responderle: «No me postraré, sino que te agacharás a mis pies; no me darás nada, pero me serviré de ti y tomaré lo que quiera. Porque yo soy tu Señor y Maestro».

Y como tal, el Ego Personal, haciéndose uno con su padre divino, comparte la inmortalidad de este último. Por lo demás… Sin embargo, es suficiente. Bienaventurado el que se ha familiarizado con los poderes duales que actúan en la Luz ASTRAL; tres veces bienaventurado el que ha aprendido a discernir la acción Noética de la Psíquica del Dios “Doble Cara” en él, y que conoce la potencia de su propio Espíritu –o “Dinámica del Alma”.

*   *   *

Magnes.-  Expresión empleada por Paracelso y los teósofos medievales.  Es el espíritu de la luz, o Âkâza.  Era un término muy usado por los alquimistas de la Edad Media.  [Algunas veces se ha dado el nombre de Magnes al Caos.  (Doctr. Secr., I, 367).  -Véase: Luz Astral.]  (G.T. H.P.B.)

Magnetismo.-  Una fuerza que existe en la Naturaleza y en el hombre.  En el primer caso, es un agente que da origen a los diversos fenómenos de atracción, de polaridad, de etc.  En el segundo caso, se convierte en magnetismo «animal», en contraposición al magnetismo cósmico y terrestre.  [El magnetismo, lo mismo que la electricidad, no son más que manifestaciones del Kundalinî zakti, el cual incluye las dos grandes fuerzas de atracción y repulsión.]  (G.T. H.P.B.)

Magnetismo animal. –  En tanto que la ciencia oficial lo califica de «supuesto» agente y rechaza por completo su realidad, los numerosos millones de personas de los tiempos antiguos y las naciones asiáticas que viven actualmente, ocultistas, teósofos, espiritistas y místicos de toda especie lo proclaman como un hecho bien probado.  El magnetismo animal es un fluído, una emanación.  Algunas personas lo emiten para fines curativos por los ojos y por las puntas de los dedos, mientras que todas las demás criaturas, hombres, animales y aun todo objeto inanimado, lo emana, ya sea como un aura, o ya como una luz variable, sea de un modo consciente o no.  Cuando se hace obrar sobre un paciente por contacto o por la voluntad de un operador humano, recibe el nombre de «Mesmerismo».  (Véase esta palabra).  (G.T. H.P.B.)

* Magnetismo Cósmico. –  La Fuerza Universal de atracción y repulsión, conocida ya desde los tiempos de Empédocles y perfectamente descrita por Kepler. Los llamados «siete hijos-hermanos» de Fohat representan y personifican las siete formas de Magnetismo Cósmico, denominadas en Ocultismo práctico los «Siete Radicales», cuya generación cooperativa y activa son, entre otras energías, la electricidad, el magnetismo, el sonido, la luz, el calor, la cohesión, etc.  (Doctr. Secr., I, 169, 540).  (G.T. H.P.B.)

Od  (Griego).-  De odos, paso, tránsito; el paso de aquella fuerza que es desarrollada por varias fuerzas menores o por agentes tales como los imanes, una acción química o vital, el calor, la luz, etc.  Se la denomina también fuerza «ódica» u «odílica».  Reichenbach y sus discípulos la consideraban como una fuerza entitativa independiente (como lo es sin duda), que existe en la Naturaleza y se halla almacenada en el hombre.  -[En concepto de Eliphas Lévi, «el Od, Ob o Aour es un agente Único Universal de todas las formas y de la vida, activo y pasivo, positivo y negativo, y es la primera Luz de la creación».  Pero hay que hacer una distinción entre los tres términos mencionados: Od es la pura Luz dadora de vida, o sea el fluído magnético; Ob es el mensajero de la muerte utilizado por los hechiceros, el mal fluído funesto; Aour es la síntesis de ambos, propiamente llamada Luz astral.  ¿Pueden decir los filólogos por qué Od, término empleado por Reichenbach para designar el fluído vital, es también una palabra tibetana que significa luz, brillo, esplendor?  Asimismo significa «cielo», en un sentido oculto.  (Doctr. Secr., I, 105).]  (G.T. H.P.B.)


[1] * Decimos «supuestamente» porque nada de lo que se ha dado a conocer públicamente o en forma impresa puede ya calificarse de esotérico.

[2] * «Animalismo» es una palabra bastante apropiada para usar (quienquiera que la haya inventado) como contraste con el término «animismo» del Sr. Tylor, que aplicó a todas las «Razas inferiores» de la humanidad que creen que el alma es una entidad distinta. Encuentra que las palabras psyche, pneuma, animus, spiritus, etc., pertenecen todas al mismo ciclo de superstición en «los estadios inferiores de la cultura», el profesor A. Bain denomina todas estas distinciones, además, como una «pluralidad de almas» y un «doble materialismo». Esto es tanto más curioso cuanto que el erudito autor de Mind and Body (p. 190, nota) habla tan despectivamente de la Zoonomia de [Erasmus] Darwin, de la que J. S. Mill (Logic: Fallacies, ch. iii, § 8) cita lo siguiente: la palabra idea «se define como una contracción, un movimiento, o configuración, de las fibras que constituyen el órgano inmediato del sentido».

[3] * Elementos de Psicología Fisiológica, etc., p. 545, por George T. Ladd, Profesor de Filosofía en la Universidad de Yale.

[4] † O lo que los cabalistas llaman Nephesh, el «aliento de vida».

[5] ‡ La palabra sánscrita Manas (Mente) es utilizada por nosotros con preferencia a la griega Nous (noético) porque esta última palabra habiendo sido tan imperfectamente comprendida en la filosofía, no sugiere ningún significado definido.

[6] * [La referencia es a Alexander Alexandrovich Gerzen (1839-1906) y su obra rusa: Obshchaya fisiologia dushi, San Petersburgo, 1890].

[7] The Theosophist, vol.IX, feb.1888, p.275 , por Rama Prasad, Presidente de la Sociedad Teosófica de Meerut. Como dice el libro oculto citado por él: «Es el Swara el que ha dado forma a las primeras acumulaciones de las divisiones del Universo; el Swara causa la evolución y la involución: el Swara es Dios mismo, o más propiamente el Gran Poder (Maheshwara). El Swara es la manifestación de la impresión sobre la Materia de ese poder que en el hombre se conoce como el Poder que se conoce a sí mismo [Conciencia mental y psíquica]. Hay que entender que la acción de este Poder no cesa nunca. Es … existencia inmutable» – y esto es el «Movimiento» de los científicos y el Aliento de Vida Universal de los ocultistas.

[8] «La Machine animale: locomotion terrestre et aérienne» por E.J. Marey, profesor del Collège de France , y miembro de la Academia de Medicina. París, 1873; p.9 de la ed. inglesa de 1893.

[9] “El Manas Superior o “Ego” es el “Espectador Silencioso” y la “víctima propiciatoria” voluntaria: el manas inferior, su representante – verdaderamente un déspota tirano.

[10] Elementos de Psicología Fisiológica. Tratado de las actividades y de la naturaleza de la mente, desde el punto de vista físico y experimental.

[11] * Wm. Lawrence, Lectures on Comparative Anatomy, Physiology, Zoology, and the NaturalHistory of Man. 8vo. London, 1848, p. 6.

[12] * [Elementos de Psicología Fisiológica .]

† uno de los nombres de Brahmâ es Anu o “Átomo.”

 

 

 

 

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