PECADO CONTRA LA VIDA

H.P. BLAVATSKY

Artículo aparecido en “Lucifer”, Noviembre 1887

Un artículo aparecido recientemente en un peri6dico declaraba que cierta dama americana de gran fortuna, residente en Londres, había concebido el extraño deseo de poseer un abrigo confeccionado con las cálidas y suaves plumas del pecho del Ave del Paraíso. Se requerían quinientos pechos para este propósito y, continuaba la historia, se habían enviado a Nueva Guinea a dos hábiles cazadores para matar a las pobres víctimas cuyo sacrificio era necesario para satisfacer este salvaje capricho.

Nos alegra saber que la veracidad del hecho ha sido negada por el «Mundo», aparentemente de muy buena fuente. Pero, por poco que la dama en cuestión sea merecedora del reproche que la calumnia desató sobre ella, vale la pena analizar el sentimiento que pueda haber despertado en una sociedad donde -si bien los abrigos de Aves del Paraíso son raros- la mayoría de los mujeres que se visten lujosamente se adornan de un modo u otro, a expensas de los pájaros.

El principio involucrado en un sombrero adornado con las plumas de un solo pajarito, asesinado con este propósito, es el mismo que el que se haría grotescamente manifiesto en una indumentaria que requiriera el sacrificio de quinientas.
Demasiada gente rica en esta edad insaciable se olvida que el mayor privilegio de aquellos que poseen los medios es el poder de aliviar el sufrimiento.

Demasiados, también, olvidan que la compasión de aquellos que rigen el mundo animado debe extenderse más allá de los límites de su propio reino; y así, tenemos el penoso espectáculo del «deporte» asociado todavía en países civilizados con propósitos que ya no deberían producir placer a hombres que se han elevado por encima de la vida primitiva de cazadores y pescadores. ¿Cómo es posible descender del orgulloso estado de la humanidad en busca de una gratificación innoble? Es malo matar cualquier criatura senciente por los salvajes placeres de la caza. Es malo, tal vez peor, causar su destrucción para beneficiarse fríamente con su sacrificio. Y es malo malgastar el dinero, en este difícil mundo de necesidades y privaciones, para permitirse costosos gustos persanales. Pero la cima de todo la que es reprensible en estos hechos dañinos se alcanza, seguramente, cuando las mujeres -que deberían, en virtud de su sexo, ayudar a suavizar las ferocidades de la vida- llegan a causar el daño mayor y pecan contra todo un catálogo de deberes humanos utilizando la crueldad por los caprichos de una moda infame.

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