H.P. BLAVATSKY
La Ultima Canción del Cisne
(The Last Song of the Swan, Lucifer 1890) [Artículo por H. P. Blavatsky]
Veo, antes de mi raza, una era o algo por el estilo. Y se me envía a mostrar una senda entre las espinas Para que penetren mi carne. Bien, depositaré mis huesos
En alguna anfractuosidad del sendero escabroso; La humanidad, en períodos mejores, se erguirá donde yo caí Y cantando, seguirá el viaje en grupos perfectos, Donde yo me había encaminado a solas [...]
—Theodore Parker
¿De dónde procede la noción poética, sin embargo muy fantástica, aun en mito, según la
cual los cisnes cantan sus elegías fúnebres? Existe una leyenda nórdica al respecto; pero se remonta sólo al medioevo. La mayoría de nosotros ha estudiado la ornitología y, cuando éramos jóvenes, nos familiarizamos mucho con los cisnes de toda clase. En esos años inocentes, de luz solar perenne, existía una atracción misteriosa entre nuestra mano dañina y las plumas inmaculadas de la cola roma de este hermoso Rey acuático de voz telúrica. La mano que ofrecía, engañosamente, una o dos galletas, mientras la otra jalaba una pluma o más, a menudo recibía su castigo junto con nuestros oídos. Pocos ruidos pueden compararse, en cacofonía, al grito de esta ave, a pesar de que sea el cisne americano «silbador» o el «trompetista.» Los cisnes resoplan, traquetean, chillan y sisean; pero es cierto que no cantan, especialmente si tratan de picarte bajo la indignidad de un asalto injusto a sus colas. Pero escucha la leyenda: «Cuando el cisne sabe que la vida está por terminar, eleva su cabeza y, entonando un canto largo y melodioso, una trágica canción de muerte, la noble ave envía hacia el cielo una protesta melodiosa, un lamento que lleva al llanto a seres humanos y a animales, vibrando en los corazones de quienes lo oyen.»
Así es: «los que lo oyen.» ¿Quién ha oído, alguna vez, esa canción entonada por un cisne? No vacilamos en proclamar el significado de tal declaración, aun como licencia poética, una de las numerosas paradojas de nuestra incongruente era y mente humana. No tenemos objeciones serias que hacer, debido a nuestros pensamientos personales, contra Fenelon, el arzobispo y orador al cual se le tilda de «Cisne de Cambrai»; pero protestamos contra el mismo elogio dudoso endilgado a Shakespeare. No fue una actitud cuerda la de Ben Jonson de llamar: «dulce cisne de Avon» al más grande genio que Inglaterra tuvo. Y con respecto al apodo que se dio a Homero, llamándole: «el Cisne de Meandro»1, ésta es una calumnia póstuma, que la revista Lucifer no encuentra las palabras suficientemente fuertes para condenarla y denunciarla.
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Apliquemos la idea ficticia a las cosas, más bien que a los seres humanos, recordando que el cisne, un símbolo del Brahm Supremo y uno de los avatares del Júpiter amoroso, era, también, una efigie simbólica de los ciclos; al menos, de las postrimerías de todo ciclo importante en la historia humana. Los lectores podrán pensar que es un emblema extraño y difícil de explicar. Sin embargo, tiene su razón de ser. Probablemente: todo esto fue sugerido por el hecho de que el
cisne ama nadar de forma circular e inclina su cuello largo y armonioso en un círculo, por eso no era, después de todo, un emblema equivocado. Sin embargo: la idea antigua era más gráfica, explícita y, ciertamente, más lógica que la más reciente, que hace de la garganta del cisne un instrumento de modulaciones musicales, convirtiéndole en un dulce cantante; además de ser un vidente.
La última canción del «Cisne Cíclico» actual nos presagia una señal malévola. Algunos le oyen chillar como una lechuza y graznar como el cuervo de Edgard A. Poe. La combinación de los números 8 y 9, acerca de la cual hablamos en el artículo de fondo del mes pasado,2 ya ha fructificado. Apenas acabamos de mencionar el pavor que los Césares y los Poderosos del mundo le tenían al número 8, que postula la igualdad de todos los seres humanos y de su combinación fatal con el 9, que representa la tierra bajo un principio maligno y este principio empezó a hacer estragos entre los pobres potentados y sus sujetos, la sección más influyente de la sociedad. Ultimamente, la influenza ha mostrado una predilección extraña y misteriosa por los componentes de las familias reales. Uno a uno, la influenza ha diezmado a sus miembros y la muerte los ha puesto en posición igualitaria a sus mozos y cocineras. Así pasa la gloria del mundo. La primera víctima fue la emperatriz Dowager de Alemania; luego la ex-emperatriz de Brasil, el Duque de Aosta, el Príncipe William de Hesse Philippstal, el Duque de Montpensier, el Príncipe de Swarzburg Rudolstadt, la esposa del Duque de Cambridge y un gran número de generales, embajadores, estadistas y sus suegras. ¿Dónde, cuándo y en cuál víctima detendrás tu camino implacable, oh influenza «inocente e inofensiva?»
Cada uno de estos cisnes reales y semi-reales ha cantado su última canción, yendo a «ese país» de donde todo «viajero retorna,» a pesar de que el versículo del aforismo diga lo contrario. Sí; ahora solucionarán el gran misterio por sí solos y la teosofía y su enseñanza adquirirá más partidarios y creyentes entre la realeza en el «cielo» que los que tiene entre esta casta en la tierra.
¿Qué es esta influenza a la cual le damos el nombre equivocado de «rusa,» la cual parece ser el chivo expiatorio, mientras dura, de los pecados de omisión y comisión de la facultad médica y sus doctores a la moda? Las autoridades médicas, de vez en cuando, han osado pronunciar algunas palabras rimbombantes, sin embargo nos dicen muy poco acerca de la verdadera índole de la influenza. Parece que han captado, aquí y allá, un indicio de un hilo patológico que señala, muy vagamente, causas bacteriológicas; sin embargo están tan distantes de la solución del misterio, como siempre lo han estado. Las lecciones prácticas que resultan de todos estos varios casos han sido numerosas; pero las deducciones entresacadas no parecen ser otro tanto copiosas o satisfactorias.
¿Qué es, en realidad, este monstruo desconocido que parece viajar con la rapidez de alguna noticia sensacional a la cual se le dio origen para deshonrar a una criatura humana; que es casi ubicua y que muestra una discriminación tan extraña al escoger sus víctimas? ¿Por qué ataca a los ricos y a los poderosos en proporción superior que a los pobres y a los insignificantes? ¿Es, en realidad, sólo un «microbio ágil» como quiere hacernos pensar Symes Thomson? ¿Es verdad que el bacilo de la influenza acaba de ser identificado en Viena por los doctores Jolles y Weichselbaum o es simplemente una trampa y una ilusión como muchas otras? ¿Quién sabe? Hasta la fecha, la cara de nuestra huésped importuna: la llamada «influenza rusa,» está velada, aunque su cuerpo resulta ser grave para muchos, especialmente para los viejos y los débiles y, casi invariablemente, es fatal para los inválidos. El doctor Zedekauer, una gran autoridad médica en las epidemias, acaba de afirmar que esta enfermedad ha sido siempre la precursora del cólera, por lo menos en San Petersburgo. Esto es, al menos, una declaración muy extraña. Lo que ahora se llama «influenza,» en el pasado se le conocía como gripe y, en Europa, como una epidemia, siglos antes de la primera aparición del cólera en las llamadas tierras civilizadas. La biografía y la historia de la influenza o la «gripe,» pueden resultar interesantes para algunos lectores; esto es lo que entresacamos de fuentes autorizadas.
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Su primera visita, según queda grabada en la ciencia médica, se remonta al año 1510 en la isla de Malta, en el Mediterráneo. En 1577, la joven influenza se convirtió en una terrible epidemia que viajó de Asia a Europa, desapareciendo en América. En 1580, una nueva epidemia de gripe visitó Europa, Asia y América, matando a los ancianos, los débiles y los inválidos. En Madrid la mortalidad fue enorme y sólo en Roma perecieron 9 mil personas. En 1590 la influenza apareció en Alemania y, de allí pasó, en 1593, a Francia y a Italia. En 1658-1663 visitó sólo Italia; en 1669, Holanda; en 1675, Alemania e Inglaterra; en 1691, Alemania y Hungría. En 1729 toda Europa sufrió muy terriblemente a causa del visitante «inocente.» Sólo en Londres 908 personas murieron en la primera semana, llegando a 60 mil enfermos y el 30 por ciento murió por el catarro o la influenza en Viena. En 1732 y 1733, en Europa, Asia y América, apareció una nueva epidemia de gripe. Fue casi universal en los años 1737 y 1743, cuando durante su primera semana, Londres perdió mil personas. En 1762 se desató en el ejército británico en Alemania. En 1775, diezmó a un sinnúmero de ganado y de animales domésticos. En 1782, en un solo día murieron 40 mil personas en San Petersburgo. En 1830, la influenza viajó por todo el mundo y, sólo esta vez, como primera pionera del cólera. Volvió entre 1833 y 37. En 1847 mató más personas en Londres que el cólera. En 1858 asumió un carácter epidémico, nuevamente, en Francia.
Leyendo el periódico de San Petersburgo: Novoyé Vremya, aprendemos que el doctor Hirsh muestra que de 1510 a 1850, se han desatado más de 300 grandes epidemias de gripe o influenza, tanto generales como locales, severas y débiles. Según los datos anteriores, como la influenza ha sido muy leve este año en San Petersburgo, es obvio que no se le puede llamar «rusa.» Lo que se sabe de sus características muestra, en cambio, que tiene una naturaleza cosmopolita muy imparcial. La rapidez tan extraordinaria con que actúa, le ganó el nombre, en Viena, de ataque fulminante del catarro. No tiene nada en común con la gripe ordinaria, tan fácilmente atrapada en un clima frío y húmedo. Además: no parece producir ninguna enfermedad particular que pueda localizarse; pero actúa, de forma fatal, en el sistema nervioso y, especialmente, en los pulmones. La mayoría de las muertes por influenza, se deben a la parálisis pulmonar.
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Todo esto es muy significativo: una enfermedad epidémica; pero no contagiosa que actúa por dondequiera, tanto en lugares limpios como sucios, en localidades sanitarias y no sanitarias; no les hace falta evidentemente, ningún centro de contagio del cual empezar. Una epidemia que se riega como una corriente de aire, abrazando países enteros y partes del mundo, atacando, al mismo tiempo, al marinero en medio del océano, al heredero al trono en su palacio, a los pobres hambrientos en los barrios de los desheredados, inmersos y embebidos en lo sucio y al aristocrático en su sanitario en las montañas, como Davos en Suiza,3 donde no se puede, por cierto, atribuir a una falta de arreglos sanitarios. Tal enfermedad no puede compararse con las epidemias de tipo común como el cólera, ni se le puede considerar como si los parásitos o los microbios microscópicos de una clase u otra fueran la causa. Para demostrar la falacia de tal idea, la querida influenza atacó de manera muy virulenta a Pasteur, el «matador de los microbios» y a su grupo de asistentes. ¿Acaso no parece que la causa que produce la influenza es más bien cósmica que bacteriana y que se debería buscar, más que en cualquier otro sitio, en estos cambios anormales en nuestra atmósfera, que han lanzado a las estaciones en el caos, desfasándolas en todo el globo en los últimos años?
¿No se afirma, por primera vez, que todas estas misteriosas epidemias, como la influenza actual, derivan de una exuberancia anormal del ozono en el aire? Muchos doctores y químicos de renombre concuerdan con los ocultistas en admitir que: este gas sin sabor, incoloro e inodoro que se le conoce como oxígeno, «el que sustenta la vida» de todo lo que vive y respira, a veces tiene dificultades familiares con sus colegas y hermanos, cuando trata de superarlos en volumen y peso, convirtiéndose en más pesado de lo debido. En síntesis: el oxígeno se vuelve ozono. Esto probablemente explicaría los síntomas preliminares de la influenza. El oxígeno, al descender y al derramarse sobre la tierra con rapidez extraordinaria, produce una combustión aun más grande, de aquí deriva la terrible temperatura en el cuerpo del paciente y la parálisis de los pulmones muy débiles. Acerca del ozono, la ciencia nos dice que: «La exuberancia del ozono bajo el estímulo poderoso de la electricidad en el aire produce, en las personas nerviosas, ese sentimiento inexplicable de miedo y depresión que ellas experimentan, muy a menudo, antes de una tormenta […] La cantidad de ozono en la atmósfera varía según la condición meteorológica bajo leyes hasta la fecha desconocidas para la ciencia.» Una cierta cantidad de ozono es necesaria, como sabiamente dicen, para motivos respiratorios y la circulación sanguínea. En cambio: «una dosis excesiva de ozono irrita los órganos de la respiración y un exceso del 1% de ozono en el aire mata a quien lo respira.» Esto es un caminar a lo largo de líneas muy ocultas. «El verdadero ozono es el Elixir de Vida,» dice La Doctrina Secreta, (Vol. I., pag. 144, segunda nota, v.o.) Que el lector compare lo que acabamos de escribir con lo que encontrará en La Doctrina Secreta acerca del oxígeno, considerado desde el punto de vista hermético y oculto (pag. 113-4, Vol. II., v.o.) y podrá entender mejor lo que algunos teósofos piensan de la influenza actual.
Como consecuencia: el corresponsal con inclinaciones místicas que escribió en el periódico Novoyé Vremya (N. 4931, 19 de Noviembre de 1889), dando buenos consejos sobre el tema de la influenza que acababa de aparecer, sabía lo que estaba diciendo. He aquí una recapitulación de su idea:
«[…] Es evidente que: las causas verdaderas de esta diseminación simultánea de la epidemia en todo el Imperio, bajo las condiciones meteorológicas y los cambios climáticos más variados, debe buscarse en otras áreas que en las condiciones higiénicas y sanitarias insatisfactorias […] La búsqueda de las causas que engendraron la enfermedad, produciendo su difusión, no corresponde sólo a los doctores; sino que sería el justo deber de los meteorólogos, los astrónomos, los físicos y los naturalistas en general, separados, oficial y sustancialmente, de los hombres de medicina.»
Esto desató una tempestad profesional. La modesta sugerencia fue prohibida y escarnecida y, una vez más, un país asiático, China, fue inmolado, como chivo expiatorio, al pecado de Fohat y a su progenie demasiado activa. Cuando la influenza y otros males relacionados, hayan diezmado a la realeza y a los regentes de esta esfera sublunar, quizá llegue el turno de los Didimos4 de la ciencia. Esto sería sólo un castigo justo por haber despreciado las ciencias «ocultas,» sacrificando la verdad a sus prejuicios personales.
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Mientras tanto: la última canción de muerte del Cisne cíclico ha empezado. Sólo unos pocos le ponen atención; pues la mayoría tiene oídos para no oír y ojos para quedarse ciegos. Sin embargo: los que la oyen la consideran una canción cíclica muy triste y muy distante de ser melodiosa. Ellos afirman que además de la influenza y otros males, la mitad de la población mundial está bajo la amenaza de una muerte violenta; esta vez merced al orgullo de los hombres de la ciencia exacta y el egoísmo de la especulación que todo lo quiere acaparar. Esto es lo que la nueva moda de «iluminación eléctrica» promete a cada ciudad grande, antes de que el ciclo moribundo se vuelva un cadáver. Estos son hechos y no las «especulaciones descabelladas de los teósofos ignorantes.» Ultimamente se reciben telegramas diarios que contienen advertencia de este tipo, acerca de los cables eléctricos en general y en particular en América:
Hoy se reporta que: en Newburgh, en el estado de Nueva York, ocurrió otro accidente fatal a causa del sistema de cables eléctricos suspendidos. Parece que un caballo, mientras se le guiaba a lo largo de su camino, tocó un poste de bronce con la nariz, cayendo fulminado en el suelo. Un hombre que se apresuró a ayudar al animal, al tocar la cabeza del caballo, murió inmediatamente y otro que trató de levantar al primer hombre, recibió una descarga terrible. La causa del accidente parece remontarse a un cable eléctrico que se había soltado, tocando una barra de hierro que se extendía del poste del edificio y, por ende: toda la fuerza de la electricidad pasaba del poste al suelo. El material aislante del cable se había saturado completamente con la lluvia.» (Morning Post, 21 de Enero.)
Esta es una perspectiva alegre y parece, en realidad, como si fuera una de las «últimas canciones del Cisne» de la civilización práctica. Sin embargo hay alivio en Gilead hasta en la última hora de nuestro siglo dispuesto a romper la cara y a patear la verdad. Unos clérigos intrépidos han reunido su valor y se han atrevido a expresar, públicamente, sus reales sentimientos, exteriorizando un profundo desdén por la «gran hipocresía de la ‘palabrería religiosa’ barata, muy vigente en la actualidad.»5 Ellos congregan diariamente nuevas fuerzas y, hasta la fecha, los periódicos fanáticamente conservadores no temen permitir a sus corresponsales y cuando la ocasión lo requiera, asestar un golpe a las caras de la Hipocresía y de la señora Grundy.6 Es cierto que el tópico que exteriorizó la verdad integral, aunque no bien acogida, en el Morning Post, se merecía ser enumerado entre tal excepción. Un corresponsal, el señor W. M. Hardinge, hablando de la Hermana Rosa Gertrude, que acaba de partir rumbo a la isla de Molokay de los leprosos, sugiere que:
«se debería agregar un retrato de esta señorita en nuestras galerías nacionales y Edward Clifford sería, seguramente, el artista adecuado. Yo contribuiría, voluntariamente, a que algún pintor hábil grabara, permanentemente, en cualquier modo, eso que encierra un alma tan santa. Una persona de este tipo, desgraciadamente demasiado rara en Inglaterra, debería ser más fructífera que los preceptos.»
Amen. Preceptos y sermones altisonantes en las iglesias a la moda, hay más de lo que las personas esperaban; mientras no hay traza del verdadero trabajo práctico diario como hacía Cristo, excepto cuando lleva al elogio y a la mención de los nombres de los presuntos filántropos en los periódicos. Además: este tema del Calvario voluntario escogido por la Hermana Rosa Gertrude es verdaderamente «demasiado raro» por dondequiera, no sólo en Inglaterra. La joven heroína, al igual que su noble antecesor, el Padre Damián,7 es una verdadera Teósofa en la vida y en la práctica diaria y el padre Damián es el más grande ideal de todo seguidor genuino de la religión-Sabiduría. Ante este trabajo de Teosofía práctica, la religión, el dogma, las diferencias teológicas y académicas y hasta el conocimiento esotérico mismo, son simples accesorios, detalles fortuitos. Todos estos deben dar prioridad y desaparecer ante el Altruismo (el verdadero altruismo de un Buddha y de un Cristo)8; así como las lenguas flameantes de las lámparas de gas en las calles palidecen y quedan eclipsadas ante el sol naciente. La Hermana Rosa Gertrude, no sólo es una gran heroína santa; sino también un misterio espiritual, un EGO insondable según las líneas puramente intelectuales y psíquicas. Es cierto, se oye de conventos enteros que se han dedicado al mismo trabajo voluntariamente en Molokai y lo creemos a la vez, aunque tal declaración se haga más para glorificar a Roma que al Cristo y a su trabajo. Pero aunque sea verdadero, esta entrega no es igual. Hemos conocido monjas que estaban dispuestas a caminar sobre el fuego para salirse de la vida conventual. Una de ellas confesó, en la angustia de un momento de desesperación, que la muerte era dulce y hasta la perspectiva de las torturas físicas en el infierno eran preferibles a la vida en el convento y a sus torturas morales. Para esta persona, la perspectiva de obtener algunos años de libertad y aire libre, consciente de que hubiera muerto por la lepra, no es un sacrificio, sino una elección entre el mal menor. Pero el caso de la Hermana Rosa Gertrude es muy diferente. Ella dejó una vida de libertad personal, un hogar sereno y una familia que la quería, todo lo que una joven considera importante en su vida a fin de efectuar, sin ostentación, un trabajo que requiere el más grande heroísmo, una tarea muy ímproba, mediante la cual no puede salvar de la muerte y del dolor a sus hermanos y hermanas; sino sólo aliviar y mitigar sus torturas morales y físicas. Ella no buscó ninguna notoriedad, evitando la admiración o hasta la ayuda pública. Simplemente cumplió al pie de la letra lo que su MAESTRO le pidió. Se preparó para dirigirse, sin que nadie lo supiera y sin recompensa en esta vida, hacia una muerte casi segura, antecedida por años de tortura física incesante a causa de la enfermedad más terrible que todas. Y lo hizo, no como los escribas y los fariseos que ejecutan sus deberes prescritos en la calle y en las sinagogas públicas; sino como lo ordenó el Maestro: a solas, en el cuarto privado de su vida interna, cara a cara sólo con el «Padre en secreto,» tratando de esconder el más grande y el más noble de los actos humanos; así como uno trata de ocultar un crimen.
Por lo tanto: tenemos razón en decir que: por lo menos en este siglo, la Hermana Rosa Gertrude es, así como lo era el Padre Damián antes que ella, un misterio espiritual. Es la manifestación rara de un «Ego Superior,» libre de los enlaces de todos los elementos del ego inferior. Pero estos elementos lo influencian sólo en lo referente a los errores de sus percepciones sensoriales terrestres, es decir: la forma religiosa; por ende: hacen transpirar un verdadero testigo de eso que es aun humano en su Personalidad, es decir: sus poderes razonadores. De aquí deriva el autosacrificio incesante y determinado de tales naturalezas hacia eso que parece deber religioso; mientras que es, en realidad, la esencia genuina y el ser de la Individualidad latente, la «compasión divina,» la cual «no es un atributo; sino la ley de las leyes, la Armonía eterna, el SER de Alaya» (La Voz del Silencio.) Es esta compasión, cristalizada en nuestro ser real, la que susurra, día y noche, a tales personas como el Padre Damián y la Hermana Rosa Gertrude, lo siguiente: «¿puede haber beatitud cuando la humanidad sufre? ¿Deberías ser salvado y oír a los demás llorar?» Sin embargo, una disciplina y una educación religiosa han obnubilado la «personalidad» a la presencia y a la naturaleza reales del SER SUPERIOR y, por lo tanto, no reconoce la voz de Este último, confundiéndola, en su ignorancia indefensa, con la Forma externa y extraña que le enseñaron a considerar como una Realidad divina. Esto induce a la personalidad a enviar al cielo y al exterior, en lugar del interior, los pensamientos y las oraciones, cuya realización se encuentra en su SER. Las hermosas palabras de Dante Rossetti con una aplicación más elevada, dicen:
[…] ¡Mira! Tu ley pasó
Para que mi amor sea manifestado Para servirte y honrarte;
Así lo hago y reboso de deleite, Aceptado por el servidor de tu regla.
¿Cómo es que la ceguera se ha arraigado tan profundamente en la naturaleza humana? La filosofía oriental nos contesta pronunciando dos palabras, entre muchas otras, muy significativas y muy mal entendidas por nuestra generación: Maya y Avidya o: «Ilusión» y eso que es, más bien, lo opuesto del conocimiento o su ausencia, en el sentido de la ciencia esotérica, y no la «ignorancia» como se traduce generalmente.
Para la mayoría de nuestros críticos superficiales, todo lo antes dicho parecerá, indudablemente, tan cierto como las palabras y las pláticas eruditas de Partington. Aquellos que creen que han solucionado todos los misterios de la naturaleza y quienes sostienen que sólo la ciencia oficial tiene el derecho de resolver, para la Humanidad, los problemas que se hallan escondidos en las anfractuosidades de la compleja constitución humana, jamás nos entenderán. E incapaces de penetrar nuestro verdadero sentido, al educarse en los patrones de la negación moderna, pueden esforzarse, como siempre lo hicieron, en alejar con sus trapos científicos para fregar, las aguas del gran océano del conocimiento oculto. Pero las olas de Gupta Vidya no han alcanzado estas orillas para formar nada más que un poco de fango y una seria comparación con ellos resultará ser tan desigual, así como la lucha de la Dama Partington con las aguas del océano Atlántico. Bueno, no importa, pues millares de teósofos nos entenderán fácilmente. Al fin y al cabo, el perro guardián apegado a la tierra y encadenado a la materia por el prejuicio y las ideas preconcebidas, puede ladrar y aullar al pájaro que emprende su vuelo más allá de la pesada neblina terrenal; sin embargo, nunca podrá detener su levantarse; ni nuestros cinco sentidos limitados y oficiales pueden impedir, a nuestras percepciones internas, buscar, descubrir y, a menudo, resolver los problemas escondidos más allá del alcance de los sentidos y que trascienden, también, los poderes discernidores de quienes niegan un sexto y un séptimo sentido en el ser humano.
El Ocultista y el Teósofo serios ven y reconocen los misterios psíquicos y espirituales y los secretos profundos de la naturaleza, tanto en toda partícula volátil del polvo como en las manifestaciones gigantescas de la naturaleza humana. Para él hay pruebas por dondequiera de la existencia de un Espíritu-Alma universal y el pequeño nido de un colibrí presenta tantos problemas como el huevo dorado de Brahmâ. Sí, él reconoce todo esto y, postrándose con profunda reverencia ante el misterio de su templo interno, repite las palabras de Víctor Hugo:
Lucifer, February 1890 Notas
El nido que el ave ha construido, Tan pequeño,
Es una cosa profunda.
El huevo tomado de la selva
Hará falta al equilibrio del mundo.
1 Río de Asia Menor que desemboca en el mar Egeo. (N.d.T.)
2 «¡1890!, el Mañana del Nuevo Año,» artículo aparecido en la revista Lucifer de Enero de 1890. Véase el folleto de H.P.B. titulado: «Símbolos y Prácticas Ocultas.»—Ed.
3 «El honorable Coronel Napier no podrá participar en el funeral de su padre, Lord Napier de Magdala, debido a un severo ataque de influenza en la ciudad suiza de Davos.» (The Morning Post, 21 de Enero de 1890.
4 O Santo Tomases en castellano (N.d.T.)
5 Reverendo Hugh B. Chapman, Vicario de San Lucas, Camberwell, en The Morning Post del 21 de Enero.
6 Lenguaje figurado que H.P.B. usa para indicar la opinión pública mediocre. (N.d.T.)
7 Véase: La Clave de la Teosofía, donde se presenta lo que los teósofos piensan del Padre Damián, que sacrificó su vida por cuidar a los leprosos en la isla de Molokai.
8 No me estoy refiriendo a las insensateces de los positivistas.