H.P. BLAVATSKY
(The Tidal Wave, Lucifer, nov. 1889)
La marejada de almas más profundas, En nuestro ser más recóndito se estrella, Elevándonos inconscientemente, De todas las preocupaciones ordinarias.
—Longfellow
El gran cambio psíquico y espiritual que está verificándose en el campo del Alma humana es muy significativo. Vio sus albores casi al principio del último cuarto de nuestro siglo a punto de terminar y, según una profecía mística, culminará, en el bien o en el mal para la humanidad civilizada, con el ciclo actual que se clausurará en 1897. Sin embargo, el gran cambio no se efectúa en solemne silencio ni son pocos los que pueden percibirlo. Al contrario, se afinca en medio de un bullicio estentóreo de lenguas petulentas y gárrulas, un contraste de opinión pública a cuya comparación, el rugido incesante y ascendente de la agitación política más tumultuosa, se asemejará al revoleteo de las hojas de la joven foresta en un cálido día primaveral.
En realidad, el Espíritu humano finalmente ha despertado, después de haber estado cuidadosamente ocultado al ojo público y desterrado de la arena del aprendizaje moderno. Ahora se está afirmando, exigiendo, enfáticamente, sus derechos no reconocidos, mas sin embargo legítimos. No acepta más ser el objeto del pisoteo que el materialismo perpetra con su pie brutal, no quiere ser el tema de especulación de las iglesias y la insondable fuente de entrada económica para aquellos que se han autoconstituido sus custodios universales. El materialismo negaría, a la Presencia Divina, todo derecho a existir, mientras los otros tratan de acentuarlo y probarlo mediante sus emisarios y custodios eclesiásticos provistos de bolsa y caja para recaudar fondos. Sin embargo, el Espíritu humano, el rayo y emanación directa, si bien ahora distorsionado, del Espíritu Universal, finalmente ha despertado. Hasta la fecha, en el campo de la Ilusión, ha permanecido desoído y desapercibido mientras que, a menudo, ha sido objeto de vilipendio, persecución y degradación debido a la ignorancia, la ambición y la codicia. Con frecuencia, un Orgullo desatinado lo ha convertido «en un ciego transeúnte, como un bufón al que otros bufones escarnecen.» Hoy, el Espíritu humano ha vuelto, como el Rey Lear, de una demencia aparente a sus sentidos y, alzando la voz, ahora habla con tono autoritario, que los seres de antaño solían escuchar en silencio reverencial a través de edades incalculables hasta que, ensordecidos por el fragor y el bullicio de la civilización y la cultura, no pudieron oírlo más […]
¡Mirad a vuestro alrededor y observad! Pensad en lo que vosotros véis y oís y sacad vuestras conclusiones. La edad del burdo materialismo, de la insensatez y de la ceguera del Alma está rápidamente escurriéndose. Una lucha mortal entre el misticismo y el materialismo no es más inminente; pero ya se ha librado. La falange que ganará en la hora suprema se convertirá en el maestro de la situación y del futuro: será el autócrata y el único a disponer de los millones de seres ya nacidos y por nacer, hasta la parte final del siglo xx. Si podemos confiar en los signos del tiempo, los Animalistas no serán los conquistadores. Esto nos lo avalan los autores denodados y prolíficos que últimamente se han sublevado por defender los derechos del Espíritu
para que reine sobre la materia. Muchas son las almas honestas y pletóricas de aspiraciones que se elevan como un dique contra el torrente de aguas fangosas del materialismo y, encarando entonces la inundación hasta la fecha dominante, la cual continúa, imperturbablemente, arrastrando los fragmentos del naufragio del Espíritu Humano derrocado, precipitándolos en abismos ignotos, ahora preceptúan: «¡Hasta aquí has llegado, no irás más allá!»
Oímos un sonido elevarse entre toda esta desavenencia exterior y desorganización de armonía social, entre la confusión y las vacilaciones anémicas y cobardes de las masas, vinculadas al yugo estrecho de la rutina, la propiedad y la hipocresía, entre la reciente calma muerta del pensamiento público que ha desterrado de la literatura toda referencia acerca del Alma, el Espíritu y su función divina durante el completo período intermedio de nuestro siglo. La voz de la grandiosa Alma humana, abandonando los tonos tímidos, proclama, como una nota de promesa clara, definida y de amplio alcance, el ascenso y la casi resurrección del Espíritu humano en las masas, el cual está despertando en los representantes más eminentes en el campo del pensamiento y de la erudición. Habla en el más humilde y en el más encomiado, estimulándolos a todos a la acción. El Espíritu humano renovado y dispensador de vida está, intrépidamente, liberándose de las cadenas oscuras de la existencia animal y de la materia que, hasta entonces, habían subyugado todo. Observadlo, dice el poeta, mientras se eleva con sus amplias alas prístinas, ascendiendo a las regiones de la verdadera vida y luz, donde, tranquilo y divino, contempla, con auténtica piedad, esos ídolos áureos del moderno culto material, con sus pies de arcilla, los cuales, hasta entonces, han eclipsado, de la vista cegada de las masas, sus verdaderos dioses vivientes […]
Una vez, un crítico escribió que la literatura es la confesión de la vida social, capaz de reflejar todos sus pecados y todos sus actos viles y heroicos. En este sentido, un libro es mucho más importante que cualquier ser humano. Los libros no representan a un ser, sino son el espejo de una hueste de individuos. Por lo tanto, el gran poeta-filósofo inglés, hablando de los libros, dijo que era tan difícil matarlos y eran tan prolíficos como los dientes del dragón de la fábula y, al sembrarlos aquí y allá, engendrarán luchadores armados. Matar un buen libro equivale a matar un ser humano.
El «poeta-filósofo» tiene razón.
Es cierto que en la literatura está rayando una nueva era. Nuevos pensamientos e intereses han creado necesidades intelectuales inéditas, por lo tanto, está surgiendo una incipiente raza de autores. La nueva especie en cuestión, gradual e imperceptiblemente, excluirá a la antigua, esos matusalenes de antaño quienes, aunque reinen nominalmente, se les consiente hacerlo por fuerza de costumbre más que por predilección. Aquel que repite como loro y de manera obstinada la antigua fórmula literaria, ateniéndose, desesperadamente, a las tradiciones del editor, no satisfará las nuevas necesidades. Lo mismo vale para el ser que prefiere la estrecha disciplina de su grupo en lugar de la búsqueda para el Espíritu humano desterrado desde hace mucho tiempo y las Verdades ahora perdidas. Ellos no apagarán las nuevas necesidades, rol desempeñado por aquel que, separándose de su amada «autoridad,» iza intrépidamente la bandera del Hombre Futuro sustentándola impávidamente. Al final, aquellos que, entre el actual dominio omnímodo de la adoración de la materia, los intereses materiales y el egoísmo, habrán luchado con denuedo en favor de los derechos humanos y la naturaleza divina del ser, se convertirán, si vencen, en los maestros de las masas en el próximo siglo y también en sus benefactores.
Sin embargo, desgraciado sea el siglo XX si prevalece la escuela de pensamiento vigente; ya que, una vez más, al Espíritu se le pondría en cautiverio, enmudeciéndolo hasta el final de la edad entrante. Los fanáticos de una hermenéutica literal, los iconoclastas y los vándalos que
pugnan contra el nuevo Espíritu de pensamiento y las Cabezas Redondas1 modernas que apoyan a las antiguas tradiciones religiosas y sociales puritanas, jamás serán los protectores ni los salvadores del pensamiento y del Espíritu humano en su fase actual de resurrección. Los sabios del futuro no serán estos sustentadores excesivamente proclives al antiguo culto, ni las herejías medioevales de aquellos que guardan, como una reliquia, todo error de su secta o grupo y que vigilan celosamente sobre su pensamiento, no sea que, saliendo de su adolescencia, asimilen alguna idea más fresca y benéfica. La hora de la nueva edad histórica no habrá sonado para ellos; sino para los que hayan aprendido a expresar y practicar las aspiraciones y las necesidades físicas de las generaciones emergentes y de las masas ahora pisoteadas. Para que uno comprenda plenamente la vida individual con sus misterios fisiológicos, psíquicos y espirituales debe dedicarse al estudio y al conocimiento de la vida colectiva o de la Humanidad, con todo el fervor de la filantropía altruista y el amor hacia sus hermanos, los seres humanos. Debe descifrar, entender y recordar los sentimientos y las aspiraciones profundas y más recónditas del gran corazón doliente de los pobres, sin preconceptos o prejuicios y sin el menor temor hacia los posibles resultados en una u otra dirección. Para que efectúe esto debe, primero: «afinar su alma con la de la Humanidad,» según enseña la antigua filosofía; dominar cabalmente el correcto significado de cada línea y palabra en el Libro de la Vida de la Humanidad cuyas páginas se vuelven rápidamente y saturarse por completo con la verdad de que esta última es un entero inseparable de su propio Ser.
En nuestra edad tan decantada de ciencia y cultura, ¿cuántas personas capaces de interpretar profundamente la vida podemos encontrar? Por supuesto, no nos estamos refiriendo sólo a los autores, sino a los filántropos y a los altruistas contemporáneos que actúan sin reconocimiento, si bien todos los conozcan. Los amigos de la gente, los amantes generosos del ser humano y los defensores del derecho humano para la emancipación del Espíritu. Estos son, en realidad, muy pocos; ya que constituyen las raras flores de la edad y por lo general son los mártires de las masas inclinadas al prejuicio y de los oportunistas. Como las maravillosas «flores de la nieve» de la Siberia nórdica, las cuales, a fin de germinar del suelo glacial y congelado, deben penetrar un espeso estrato de nieve sólida y helada, así estos caracteres atípicos deben pugnar sus luchas toda la vida contra la indiferencia, la crueldad humana y el mundo egoísta y escarnecedor de los acaudalados. Aún, sólo ellos pueden cumplir la tarea de perseverancia y sólo a ellos se les ha entregado la misión de hacer virar, los círculos sociales de la clase más conspicua, de la ancha y simple vía de la riqueza, la vanidad y los placeres vacuos, para encauzarlos en el sendero arduo y espinoso de los problemas morales superiores y la percepción de deberes morales más elevados que aquellos a los cuales están dedicando su búsqueda. Estos son también los individuos que, estando ya despiertos a una actividad superior del Alma, se les dota, al mismo tiempo, de talento literario y cuyo deber consiste en desempeñar el rol de despertar, a la vida real y a la luz, la Bella durmiente y la Bestia en su Castillo encantado de Frivolidad. Aquellos que pueden, que procedan intrépidamente manteniendo esta idea axial en su mente y tendrán éxito. Se debe regenerar a los ricos si queremos beneficiar a los pobres; ya que la clase de los «desheredados» es la planta muy frondosa de la raíz del mal que reside en los acaudalados. A primera vista, esto puede parecer paradójico, sin embargo es verídico y demostrable.
En presencia de la degradación actual de todo ideal y también de las aspiraciones más nobles del corazón humano, que cada día adquieren más prominencia en las clases altas, ¿qué podemos esperar de los desamparados? Toca a la cabeza guiar a los pies, a los cuales, no se les puede considerar responsables por sus acciones. Consecuentemente, trabajad para el advenimiento de la regeneración moral de las clases cultas, sin embargo más disolutas, antes de tratar de hacer lo mismo por nuestros jóvenes Hermanos más ignorantes. La regeneración de estos últimos se emprendió años atrás y continúa siendo vigente hoy; pero sin buenos resultados perceptibles. ¿No es quizá evidente que la razón de esto remonta al hecho de que, (exceptuando a) unos pocos trabajadores diligentes, sinceros y dispuestos al sacrificio completo en ese campo, la gran mayoría de los voluntarios consiste de estas mismas clases frívolas y superegoístas que «juegan a la caridad» y cuyas ideas sobre el mejoramiento del estado físico y moral de los pobres están circunferidas a su concepto favorito según el cual sólo la Biblia y el dinero pueden efectuarlo? Afirmamos que este binomio no puede realizar ningún bien; ya que la predicación de la letra muerta y una lectura de la Biblia forzada, exacerban a la gente conduciéndolas, después, al ateísmo, mientras el dinero, como una ayuda transeúnte, remunera las cajas de las cantinas en lugar de ser el medio con el cual comprar el pan. Por lo tanto, la raíz del mal yace en una causa moral y no física.
Si se nos pregunta: ¿Qué es lo que puede auxiliar? Contestamos diciendo intrépidamente: la literatura teosófica, apresurándonos a especificar que con este término no implicamos los libros concernientes a los adeptos y a los fenómenos, ni a las publicaciones de la Sociedad Teosófica.
Disfrutad y beneficiad de la «marejada» que ahora está felizmente estallando sobre media Humanidad. Hablad al Espíritu de la Humanidad que está despertando, al Espíritu humano y al Espíritu en el hombre, estos tres en Uno y el Uno en el Todo. Dickens y Tackery, ambos nacidos un siglo demasiado tarde o un siglo demasiado pronto, se intercalaron entre dos marejadas del pensamiento humano espiritual y si bien han dado un buen servicio individual, induciendo ciertas reformas parciales, aún no lograron tocar a la Sociedad y a las masas en general. Lo que el mundo europeo necesita actualmente, es una docena de escritores como el ruso Dostoievsky, cuyas obras, aún siendo tierra ignota para la mayoría, son bien conocidas en el continente y entre las clases cultas americanas e inglesas. La actitud del autor ruso es la siguiente: ha perorado, de manera denodada e intrépida, las verdades menos agradables, a las clases superiores y hasta a aquellas oficiales, las cuales constituyen un peligro más grande que las primeras. Aún, mirad, la mayoría de reformas administrativas de los últimos 20 años, se deben a la influencia silenciosa e inoportuna de su pluma. Según uno de sus críticos, las grandes verdades que el escritor expuso, tocaron a todas las clases de forma tan vívida y poderosa que las personas con concepciones diametralmente antitéticas, no podían más que sentir una simpatía más amable hacia este escritor impávido, expresándosela, como demuestra el siguiente extracto:
A los ojos de todos, amigos o enemigos, se convirtió en el portavoz de la necesidad, irreprimible e indemorable sentida por la Sociedad, de otear, con absoluta sinceridad, las reconditeces más íntimas de su propia alma y llegar a ser el juez imparcial de sus acciones y de sus aspiraciones.
Toda nueva corriente de pensamiento, toda nueva tendencia de la edad tuvo y siempre tendrá sus contrincantes y sus enemigos, algunos acometiéndola con osadía pero sin éxito y otros con gran destreza. Sin embargo, podemos decir que están hechos de la misma pasta común a todos: los mismos objetivos externos, egoístas y mundanos y los idénticos fines y cálculos materiales que alimentan su resistencia y objeciones son aquellos que guiaban a ss contendientes. Mientras apuntan otros problemas y abogan otros métodos, en realidad, no cesan, ni por un instante, de vivir con sus enemigos en un mundo poblado por los mismos intereses comunes y continuando también en las idénticas concepciones fundamentales de la vida.
Entonces, lo que llegó a ser necesario era un hombre quien, ajeno a todo partidismo o lucha en favor de la supremacía, aportara su pasado como una garantía que avalara la sinceridad y honestidad de sus ideas y propósitos. Una persona cuyo sufrimiento personal sellara la firmeza de
sus convicciones y por último, un escritor de innegable genio literario. Sólo un hombre de tal género podía pronunciar palabras capaces de despertar el verdadero espíritu en una sociedad que está navegando a la deriva en una dirección errónea.
Dostoievsky era un hombre de este calibre, el patriota-preso, el ganapán retornado de la Siberia, el escritor famoso en Europa y en Rusia, el pobre inhumano gracias al aporte voluntario, el poeta que tocaba el alma de toda persona desheredada, insultada, injuriada y humillada. Aquel que presentó, con una crueldad imperturbable, las plagas y las llagas de su edad […]
Esta clase de escritores es lo que hace falta en nuestros días de redespertar y no autores que escriben por la riqueza o la fama; sino apóstoles impávidos del Mundo viviente de la Verdad, los sanadores morales de las llagas pustulosas de nuestro siglo. Francia tiene a su Zola quien indica, de manera suficientemente brutal, sin embargo realista, la degradación y la lepra moral de su gente. Mas Zola, mientras castiga los vicios de las clases inferiores, nunca se ha atrevido, con su pluma, a fustigar un nivel más alto que la pequeña burguesía, haciendo entonces, caso omiso de la inmoralidad de las clases superiores. Por lo tanto, sus obras no han afectado mínimamente a los campesinos que no las leen, mientras la burguesía, interesándose muy poco de la plebe, ha prestado una tal atención a su novela Pot Bouille que ha hecho perder, al realista francés, todo deseo de meterse donde no lo llaman. Desde el principio, Zola ha seguido un camino que, aún conduciéndolo a la fama y a la fortuna, se ha demostrado ser infructuoso en lo que concierne a los efectos benéficos.
Es dudoso que los teósofos presentes o futuros, realicen una aplicación de la sugerencia anterior. Escribir novelas con un sentido moral suficientemente profundo para embullir a la Sociedad, implica un gran calibre literario y un teósofo congénito como lo era Dostoievsky, dejando fuera del cotejo a Zola. Sin embargo, estos talentos son raros en todos los países. Aun cuando se carezca de tal versación, se puede hacer el bien de manera más reducida y humilde: anotando y exponiendo, en narrativas impersonales, los vicios y los males evidentes de nuestra época, valiéndose de la palabra, de la acción, de la prensa y del ejemplo práctico. Que la fuerza del ejemplo anime a otros que lo seguirán y los seres del siglo XX, si no del XIX, en lugar de mofarse de nuestras doctrinas y aspiraciones, tendrán una vista más clara y una capacidad de discernir con conocimiento y según los hechos, en lugar de prejuzgar conforme a conceptos erróneos arraigados. Entonces y sólo entonces, el mundo se verá obligado a reconocer su posición equivocada admitiendo que únicamente la Teosofía puede, poco a poco, crear una humanidad tan armoniosa y simple en su alma como el Cosmos, sin embargo, para que esto se actualice, los teósofos deben comportarse como tales. Habiendo secundado el despertamiento espiritual en muchos seres, afirmamos intrépidamente, retando a la contradicción, ¿deberíamos, quizá, detenernos, en lugar de nadar con la Marejada?
Lucifer, Noviembre de 1889
Nota
1 Sobrenombre burlón aplicado a los puritanos.