H.P. BLAVATSKY
Filósofos y Filosofastros
Interpretaremos en vano sus palabras mediante las nociones de nuestra filosofía y de las doctrinas en nuestras escuelas.
—Locke
El conocimiento más ínfimo es un conocimiento fragmentado; la ciencia es un conocimiento parcialmente unificado; la filosofía es un conocimiento completamente íntegro.
—Herbert Spencer, Principios Primarios
Insidiosos detractores someten nuevas acusaciones contra la Sociedad Teosófica en general y la Teosofía en particular. Vamos a resumirlas a lo largo del artículo, indicando las más «recientes.»
Nos imputan de ser ilógicos en la «Constitución y en las Reglas» de la Sociedad Teosófica y contradictorios en su aplicación práctica. Lo que sigue es la manera en la cual expresan las acusaciones:
En la «Constitución y Reglas» publicadas, se enfatiza mucho el carácter absolutamente asectario de la Sociedad Teosófica, insistiendo en la ausencia de un credo, una filosofía, una religión, un dogma y hasta de concepciones propias que abogar y aún menos que imponer a sus miembros. No obstante todo:
«¿No es, quizá, un hecho innegable que los Fundadores y los miembros más importantes de la Sociedad, mantengan ciertos conceptos muy definidos de carácter filosófico y, rigurosamente hablando, religioso?
«Por supuesto,» contestamos. «Pero, ¿dónde está la presunta contradicción en esto? La Sociedad Teosófica no está constituida por los Fundadores, ni por sus «miembros más importantes» y ni por la mayoría de ellos. Estos son simplemente una cierta porción de la Sociedad que, no teniendo ningún credo como conjunto, permite a los miembros de creer en lo que les plazca y como les plazca.» A esta respuesta nos redarguyen:
«Lo anterior es muy cierto, sin embargo, la denominación colectiva de estas doctrinas es ‘Teosofía.’ ¿Cómo explican esto?»
Nuestra respuesta es: «Llamarlas así es un error ‘colectivo’; una de estas terminologías aproximativas aplicadas a temas que deberían definirse con más esmero, sin embargo, el descuido de los miembros en implementar esto, ahora está dando sus frutos. En realidad, es una desatención tan deletérea como aquella que siguió a la confusión de los dos términos ‘buddhismo’
y ‘bodhismo,’ desembocando en la consideración errónea de que la filosofía de la Sabiduría era la religión de Buddha.»
Sin embargo, se persiste sosteniendo que al examinar estas doctrinas, es muy patente que todo el trabajo que la Sociedad, como grupo, ha realizado en oriente y en occidente, dependió de éstas. Lo anterior es ostensiblemente verdadero en lo que concierne, según afirman los teósofos, a la doctrina de la unidad subyacente en todas las religiones y la existencia de una fuente común llamada religión-Sabiduría, la enseñanza secreta de la cual, según las mismas afirmaciones, derivaron, directa o indirectamente, todas las formas de religión. Al admitir esto, nos apremian para que expliquemos: ¿cómo podemos decir que la Sociedad Teosófica, en calidad de grupo, no tiene ninguna concepción o doctrina particular que inculcar, ningún credo y ningún dogma, cuándo éstos son «el meollo de la Sociedad, su verdadero corazón y alma?»
Contestaremos sólo diciendo que es otro error. Las enseñanzas en cuestión son, innegablemente, el «meollo de las Sociedades Teosóficas» occidentales, sin embargo esto no es así en oriente, donde las sucursales se deben casi quintuplicar. Si dichas doctrinas fuesen «el corazón y el alma» de todo el grupo, entonces, la Teosofía y la Sociedad Teosófica deberían haber perecido en la India y en Ceilán desde 1885. Sin embargo, esto no corresponde a la realidad. En efecto, 1885 es la fecha en la cual, no sólo se han abandonado virtualmente en Adyar; ya que no había nadie que las impartiera; sino que, mientras algunos teósofos brahmanes se opusieron a la divulgación pública de tal enseñanza, otros, los más ortodoxos, pugnaron contra ellas por ser antitéticas con sus sistemas exotéricos.
Estos son hechos evidentes. Sin embargo, cuando contestamos que no es así y que la Sociedad Teosófica como grupo no enseña ninguna religión particular; sino tolera y virtualmente acepta todas las religiones sin jamás interferir o indagar en los conceptos religiosos de sus miembros, nuestros oponentes capciosos y contrincantes amigables no se quedan satisfechos. Al contrario, la mayoría nos desconcierta con la siguiente objeción increíble:
«¿Cómo es posible esto si la creencia en el ‘Buddhismo Esotérico’ es un factor imprescindible para ser aceptado como Miembro de vuestra Sociedad?»
Es fútil persistir en la protesta, es inútil asegurar a nuestros contrincantes que en la Sociedad Teosófica no esperamos ni obligamos a creer en el Buddhismo como no esperamos reverencia para el dios mono Hanuman, aquel con la cola chamuscada o creencia en Mahoma y su yegua canonizada. No tiene caso tratar de explicar que, como la Sociedad Teosófica cuenta con un número equivalente de brahmanes, musulmanes, parsis, judíos, cristianos, buddhistas y más, no podemos esperar que todos se conviertan en seguidores de Buddha ni del buddhismo, por esotérico que sea. Al mismo tiempo, no podemos hacerles entender que las doctrinas ocultas, algunas de cuyas enseñanzas fundamentales se encuentran delineadas ampliamente en la obra de Sinnett: «El Buddhismo Esotérico,» no son la Teosofía completa, ni siquiera son las doctrinas secretas orientales completas, sino una porción muy pequeña, ya que el ocultismo es simplemente una de las Ciencias de la Teosofía o la Religión-Sabiduría y no es, en absoluto, la Teosofía completa.
Sin embargo, estas ideas parecen estar tan firmemente arraigadas en la mente del británico común, que equivaldría a decirle que existen rusos que no son nihilistas ni panslavistas y que no todos los franceses comen diariamente ranas. El simplemente rechazará de creerte. Parece que el prejuicio contra la Teosofía se ha convertido en parte del sentimiento nacional. Durante casi tres años, la presente escritora, secundada por un nutrido grupo de teósofos, ha tratado en vano de barrer del cerebro público una de las fantásticas telarañas con las cuales se guarnece y ahora está
en víspera de abandonar este conato desesperada. Mientras la mitad de los ingleses continuará confundiendo la Teosofía con el «buddhismo esotérico,» el resto persistirá pronunciando el nombre de Buddha, honrado en todo el mundo, como si dijera mantequilla.1
Ellos son también los artífices de la proposición que la prensa petulante ahora ha adoptado y según la cual: «la teosofía no es una filosofía; sino una religión y, actualmente, una secta.»
Por supuesto, la teosofía no es una filosofía simplemente porque incluye toda filosofía, ciencia y religión. Sin embargo, antes de probarlo una vez más, puede ser pertinente preguntar: ¿cuántos de nuestros críticos poseen una profunda versación sobre la verdadera definición del término que Pitágoras acuñó, para que lo nieguen de manera irreverente, a un sistema que conocen aún menos que la filosofía? ¿Se han familiarizado con sus mejores y más recientes definiciones o aún con las concepciones que W. Hamilton tenía al respecto y que ahora se consideran obsoletas? La respuesta es una negativa; ya que no aciertan a discernir que cada definición del género, muestra que la Teosofía es la verdadera síntesis de la Filosofía en su sentido abstracto más amplio y en sus calificaciones particulares. Tratemos, nuevamente, de dar una definición clara y concisa de la Teosofía mostrando que es la raíz y la esencia auténtica de todas las ciencias y los sistemas.
La Teosofía es «sabiduría divina o de dios.» Por lo tanto, debe ser el elemento vital de aquel sistema (filosofía) según cuya definición: «es la ciencia de las cosas divinas y humanas y las causas en las cuales están contenidas» (W. Hamilton), «causas» cuyas claves sólo la Teosofía posee. Al mantener presente la definición más elemental, nos damos cuenta de que la filosofía es el amor hacia la sabiduría y su búsqueda, «el conocimiento de los fenómenos que las causas y las razones, los poderes y las leyes explican y en los cuales se resuelven.» (Enciclopedia). Cuando se aplicaba a dios o a los dioses, en cada país se convirtió en teología. En la vertiente de la naturaleza material, se le llamaba física e historia natural. En el campo humano asumía el nombre de antropología y psicología, mientras una vez que se elevaba a las regiones superiores se le definía como metafísica. Esta es la filosofía: «la ciencia de los efectos determinados por sus causas,» el espíritu auténtico de la doctrina de Karma, la enseñanza más importante que cada filosofía religiosa califica con varios nombres. Es un principio teosófico que no pertenece a ninguna religión, sin embargo las explica todas. Una de las definiciones de la filosofía es: «la ciencia de las cosas posibles por cuanto posibles sean.» Esto es directamente aplicable a las doctrinas teosóficas; ya que rechazan el milagro; pero es de difícil aplicación en teología o en cualquier religión dogmática, pues cada una de ellas impone una creencia en cosas imposibles. Sin embargo, lo anterior, tampoco es pertinente a sistemas filosóficos modernos de los materialistas, los cuales rechazan aun lo «posible,» tan pronto como contradiga sus aserciones.
La teosofía pregona explicar y conciliar la religión con la ciencia. Según la declaración de G. H. Lewes en el primer volumen de «Historia de la Filosofía»: «La filosofía, desvinculando sus concepciones más amplias de la (teología y de la ciencia), facilita una doctrina que contiene una explicación del mundo y del destino humano. La tarea de la filosofía es la sistematización de las concepciones que la ciencia imparte […] La ciencia proporciona el conocimiento, la filosofía la doctrina. Esta última puede llegar a ser completa solo a condición de que este «conocimiento» y «doctrina» pasen por el tamiz de la Sabiduría Divina o Teosofía.
En la obra Historia de la Filosofía, encontramos la definición de Ueberweg según el cual la filosofía es «la ciencia de los Principios,» que, como todos nuestros miembros saben, es lo que la Teosofía afirma en sus diferentes ciencias de Alquimia, Astrología y ciencias ocultas en general.
Hegel la considera como «la contemplación del auto-desarrollo del Absoluto» o, en otras palabras, como «la representación de las Ideas («Darstellung der Idee»).
La Doctrina Secreta, en su integridad, cuya obra homónima es simplemente un átomo, es esta contemplación y registro hasta donde el idioma finito y el pensamiento limitado pueden grabar los procesos del infinito.
Así, es obvio que la Teosofía no puede ser una «religión» y aún menos «una secta»; sino que es la quintaesencia de la filosofía más elevada en todos y en cada uno de sus aspectos. Habiendo mostrado que incluye y responde completamente a toda descripción filosófica, vamos a agregar, a lo anterior, unas adicionales definiciones de W. Hamilton, avalando nuestra declaración al indicar la búsqueda de lo mismo en la literatura teosófica. Esta es una tarea suficientemente fácil; ya que ¿acaso la «Teosofía» no incluye «la ciencia de las cosas evidentemente deducidas de los principios primarios» como acontece con las ciencias de las verdades perceptibles y abstractas?» ¿No predica, además, «las aplicaciones de la razón a sus objetos legítimos,» convirtiendo la investigación en la «ciencia de la forma original del Ego o ser mental,» en uno de sus «objetos legítimos,» junto a la enseñanza del secreto de la «indiferencia absoluta de lo ideal y lo real?» Todo ésto prueba que, según cada definición filosófica antigua o nueva, aquel que estudia la Teosofía, estudia la filosofía trascendental superior.
No requiere esfuerzo notar las insensateces que la prensa divulga diariamente acerca de la Teosofía y los Teósofos. Las definiciones y los epítetos como «una nueva religión» y un «ismo,» «el sistema inventado por la alta sacerdotisa de la Teosofía» y otros apóstrofes igualmente ridículas, pueden dejarse a su destino. Han pasado desapercibidas y, en la mayoría de los casos, no suscitarán ningún interés.
A nuestra edad se le considera, preeminentemente, crítica: una era que analiza con esmero y cuyo público rechaza aceptar cualquier cosa que se proponga a su consideración, antes de haberla escudriñado meticulosamente. Esta es la vanagloria de nuestro siglo, sin embargo, no corresponde con la opinión del observador imparcial. En todas formas es una opinión altamente exagerada; ya que este escrutinio analítico tan ufanado, se aplica sólo a lo que no interfiere, de ninguna manera, con los prejuicios nacionales, sociales o personales. De otro lado, una fe ciega muy elástica nos induce a acoger con los brazos abiertos y aceptar con alegría, todo lo que es malévolo y destructivo para la reputación, protervo y difamatorio, perennizándolo en el chisme público, sin efectuar escrutinio alguno y sin vacilar. Os invitamos a que nos contradigan en este punto. Actualmente, a los caracteres impopulares y a su trabajo, no se les juzga conforme al valor intrínseco; sino simplemente según la personalidad del autor y la opinión preconcebida acerca de él o ella. En los periódicos, ninguna obra literaria de un teósofo puede esperar recibir una reseña por sus méritos, amén del parloteo concerniente a su autor. Estos rotativos, ignorando la regla que Aristóteles sentó, según la cual la crítica es «un parámetro de buen juicio,» rechazan, rotundamente, aceptar algún libro teosófico prescindiendo de su autor. Entonces, como primer resultado, a la obra se le juzga mediante el reflejo distorsionado del escritor, fruto de la denigración reiterada en los diarios. La personalidad del autor aletea como una sombra oscura entre la opinión del periodista moderno y la verdad diamantina. Mientras, como resultado final, en Europa y en América, existen pocos editores que sepan algo acerca de las doctrinas de nuestra Sociedad.
Entonces, ¿cómo es posible juzgar justamente la Teosofía o aún a la Sociedad Teosófica? No es nada nuevo decir que el verdadero crítico debería saber, al menos, algo con respecto al sujeto cuyo análisis está por emprender. No es muy arriesgado agregar que ninguno de nuestros Tersites sabe, de la forma más remota, lo que está diciendo. Con ésto incluimos a todos, desde el más pequeño al más grande.2 Sin embargo, cada vez que la palabra «Teosofía» aparece en la prensa y salta a la vista del lector, por lo general la anteceden y la siguen una lista de epítetos abusivos e improperios dirigidos a las personalidades de ciertos teósofos. El moderno editor, quien nos recuerda al tipo complaciente, es como el héroe byroniano: «No sabía que decir y por lo tanto imprecó contra» lo que trascendía su comprensión. Todas estas imprecaciones estriban, invariablemente, en antiguos chismes y denunciaciones mustias contra aquellos que, en las mentes ofuscadas, representan los «inventores» de la Teosofía. Si los isleños del Mar del Sur tuviesen un órgano de prensa, seguramente acusarían a los misioneros de ser los inventores del Cristianismo a fin de subvertir su fetichismo autóctono.
¡Oh refulgentes dioses de la verdad! ¿por cuánto tiempo durará esta terrible ceguera mental de los Filósofos del siglo XIX? ¿Por cuánto más tiempo deberemos decirles que la Teosofía no es una propiedad nacional, ni una religión, sino el único código universal de la ciencia y de la ética más trascendental nunca conocido? Está a la base de toda filosofía y religión moral. Ni la Teosofía como tal, ni su humilde e indigno vehículo, la Sociedad Teosófica, tienen, atingencia alguna, con cualquier personalidad o personalidades. Identificarla con estas últimas, implica mostrarse tristemente deficientes en la lógica y también en el sentido común. Rechazar la enseñanza y su filosofía bajo el pretexto de que los líderes, o mejor dicho, uno de sus Fundadores, es objeto de varias acusaciones (hasta la fecha no probadas), es una actitud estólida, ilógica y absurda. En verdad, es tan ridículo como si, en los días de la escuela neoplatónica alejandrina, que en esencia era Teosofía, se hubiese rechazado sus enseñanzas porque provenían de Platón, el cual las recibió del sabio ateniense Sócrates, quien, además de tener una nariz respingona y una cabeza calva, era acusado de «vilipendiar y corromper a la juventud.»
¡Ay! críticos gentiles y generosos, que os llamáis cristianos y os ufanáis de la civilización y progreso de vuestra edad. Basta sólo rasgaros la superficie para encontrar en vosotros el mismo «bárbaro» cruel e inclinado al prejuicio de antaño. Si se os ofreciera la oportunidad de participar en el proceso legal de un teósofo, ¿quién, entre vosotros, se elevaría, en vuestro siglo xix de Cristianismo, más alto que uno del dicasterio ateniense con sus 500 jurados, quienes condenaron a muerte a Sócrates? ¿Quién, entre vosotros, desdeñaría convertirse en un Meleto o en un Anyto, para que la Teosofía y todos sus adherentes, fuesen condenados a una muerte igualmente nefanda, basándose en la prueba de falso testimonio? El odio manifestado en vuestras acometidas diarias contra los teósofos, avala cuanto he dicho. ¿Quizá Haywood pensaba en vosotros cuando, escribiendo sobre la censura de la sociedad dijo:
¡Oh! que el mundo excesivamente proclive a la censura aprenda
Esta sana regla y que los unos acepten a los otros;
Sin embargo, el ser humano, como si fuese un enemigo de su especie, Se refocila en reportar las culpas ajenas
Juzgando severamente toda pequeña ofensa
Y pavoneándose en el escándalo […]
A muchos escritores optimistas, les gustaría hacer de este nuestro siglo mercantil una edad de filosofía, llamándola renacimiento. No logramos encontrar, fuera de la Sociedad Teosófica, ningún conato para reanimar a la filosofía, a menos que se omita el significado original de esta palabra; ya que, no importa a donde dirijamos la mirada, encontramos que a la verdadera filosofía se le acoge con frío desdén. Un escéptico nunca podrá aspirar a este título. Aquel que es capaz de imaginar el universo, con su sirvienta la naturaleza, como fortuito, empollándose, como la gallina negra de la fábula, del huevo autocreado y colgante del universo, no tiene el poder de pensar, ni la facultad espiritual de percibir las verdades abstractas. Este poder y esta facultad son
los primeros requisitos de una mente filosófica. Todo el campo de la ciencia moderna está constelado por estos materialistas, quienes, aún reclaman que se les considere como filósofos, pero, en realidad, o no creen en nada, como los secularistas o dudan conforme a la manera de los agnósticos. Al tener presente los sabios aforismos de Bacon, discernimos que el materialista moderno es objeto de condena por boca del Fundador de su método inductivo, si lo yuxtaponemos con la filosofía deductiva de Platón, aceptada en Teosofía. ¿Acaso, Bacon no dice que: «un estudio superficial de la filosofía suscita la duda, mientras su meticulosa exploración la disipa y un poco de filosofía inclina la mente humana al ateismo; mientras su estudio profundo la avecina a la religión?»
Sin reparo, la deducción lógica de lo anterior es que ninguno de los actuales darwinistas, materialistas y sus admiradores, nuestros críticos, emprendió el estudio de la filosofía, si no de manera muy «superficial.» Por lo tanto, mientras los Teósofos tienen un derecho legítimo al título de filósofos: verdaderos «amantes de la Sabiduría,» sus críticos y detractores son, en el mejor de los casos, filosofastros, la progenie del filosofismo moderno.
Lucifer, Octubre de 1889
Notas
1 La autora hace énfasis en el juego de pronunciación entre la palabra «Buddha» y «mantequilla» que, en el idioma inglés es butter. (N.d.T.)
2 Desde el Júpiter Tronante del «Saturday Review» al procaz editor del «Mirror.» Según se afirma, el primero puede ser una de las autoridades vivientes más grandes en el campo de la censura y el otro en aquello de la «portentosa» lectura del pensamiento, sin embargo, ambos ignoran lo que es la Teosofía y son tan obnubilados en lo que concierne a su verdadero objetivo y propósito como lo son dos lechuzas en la luz matutina.
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