H.P. BLAVATSKY
“No condenes a ningún hombre en su ausencia;
y cuando te veas forzado a censurarlo, hazlo
frente a su cara, pero suavemente y con palabras
llenas de caridad y compasión. Ya que el corazón humano es como la planta–Kusûli; que abre
su cáliz al suave rocío de la mañana, y lo cierra ante un fuerte aguacero” –PRECEPTO BUDDHISTA
“No juzgues, para que no seas juzgado”
–AFORISMO CRISTÍANO
Nos da pena escuchar que no pocos de nuestros Teósofos más serios, se encuentran entre los cuernos de un dilema. Las causas pequeñas pueden producir a veces grandes resultados. Hay algunos que estarían bromeando bajo la más cruel de las operaciones y que permanecerían impasibles si se les amputara una pierna, pero que en cambio armarían un tumulto y renunciarían a su merecido lugar en el reino de los cielos si, para preservarlo, tuviesen: que permanecer callados cuando alguien los ofende.
En el número 13 de la Revista Lucifer (Vol. III Septiembre, p. 63), se publicó un ensayo sobre “El significado de un Compromiso”. De entre los siete artículos que constituyen el compromiso completo (sólo seis fueron divulgados), el lo, 4o, 5o y especialmente el 6o, requieren una gran fuerza moral de carácter, una voluntad de hierro además de gran altruismo, pronta disponibilidad para la renunciación e incluso abnegación para llevar a cabo semejante pacto. Sin embargo gran número de Teósofos han firmado alegremente esta solemne “promesa” de trabajar por el bien de la humanidad olvidándose de sí mismos, sin un sola palabra de protesta –salvo en un punto; cosa extraña, la tercera regla la cual en casi todo caso, hace dudar al solicitante y lo hace mostrar la pluma blanca. Ante tubam Trepidat: el mejor y más amable de entre ellos se siente alarmado–, como si estuviese intimidado por el toquido de la trompeta, de esa tercera cláusula, como si temiese para él ¡el destino de las murallas de Jericó!
¿Cuál es entonces esa terrible promesa, cuyo cumplimiento parece estar por arriba de las fuerzas de mortal común y corriente?. Simplemente es esto:
“ME COMPROMETO A NUNCA ESCUCHAR SIN PROTESTAR, CUALQUIER COSA MALA QUE SE DIGA DE UN HERMANO TEOSOFO Y A ABSTENERME DE CONDENAR A LOS DEMAS”.
El practicar esta regla de oro parece bastante fácil. El escuchar algo malo dicho en contra de alguien, sin protestar, es una acción que ha sido menospreciada desde los días más remotos del paganismo.
“Es una maldición el escuchar una calumnia manifiesta, pero es algo peor el no encontrar una respuesta…”
que: Dice Ovidio. Al menos, quizás por una cosa, como sutilmente hace notar Juvenal, ya
“La calumnia, el peor de los venenos,
siempre encuentra una fácil entrada en mentes bajas…”
Y porque en la antigüedad, muy pocos querían que se les tomará por semejantes mentes ¡Pero ahora!
De hecho, el deber de defender a un congénere picado por una lengua ponzoñosa durante su ausencia, y el abstenerse en general “de censurar a los demás” es la vida misma y el alma de la teosofía práctica, porque una acción de esta naturaleza es como la doncella que lo conduce a uno hacia el Sendero angosto de la “vida superior”, esa vida que nos lleva hacia la meta que todos anhelamos alcanzar. La Misericordia, la Caridad y la Esperanza son las tres diosas que presiden sobre esa “vida”. El “abstenerse” de censurar a nuestros semejantes es la aserción tácita de la presencia en nosotros de las tres Hermanas divinas; el censurar basándose en “rumores” muestra su ausencia. “No escuches al chismoso o al calumniador”, decía Sócrates. “Porque así como descubre los secretos de otros, así lo hará a su vez con los tuyos”. Ni tampoco es difícil evitar al traficante de calumnias, pues en donde no existe demanda, se acabará muy pronto la oferta. Dice un proverbio que “cuando la gente se abstenga de escuchar el mal, entonces, los maledicientes tendrán que abstenerse de murmurar”. El censurar es glorificarse a uno mismo sobre aquél al que uno censura. Los fariseos de toda nación han estado haciendo esto constantemente desde la evolución de las religiones intolerantes. ¿Vamos a hacer nosotros lo mismo que ellos?
Se nos podría quizás decir, que nosotros mismos somos los primeros en quebrantar la ley ética que estamos defendiendo. Que nuestras revistas teosóficas están llenas de “acusaciones” y que la revista Lucifer, baja su antorcha para arrojar luz sobre todo mal, en la medida de sus habilidades. Nosotros respondemos, que esto es totalmente otra cosa. Nosotros denunciamos con indignación los malos sistemas y organizaciones, sociales y, religiosas, y sobre todas las cosas la mojigatería y la hipocresía; nos abstenemos de censurar a las personas. Estas últimas son hijas de su siglo. víctimas de su medio ambiente y del Espíritu de la Época. El condenar y deshonrar a un hombre en vez de sentir lástima por él y, tratar de ayudarlo, por haber nacido en una comunidad de leprosos, convierte en leproso al que lo condena. Es como si maldijéramos una habitación por estar obscura, en vez de encender con tranquilidad una vela para disipar las tinieblas. “Las acciones nocivas se duplican acompañadas de una mala palabra”, ni tampoco puede evitarse o suprimirse un mal general, haciendo el mal uno mismo. escogiendo un chivo expiatorio para la remisión de todos los pecados de la humanidad. De aquí que, nosotros acusemos a esas comunidades, pero no a sus unidades; señalamos la podredumbre de nuestra jactanciosa civilización, indicando cómo conducen a ella sus perniciosos sistemas de educación, mostrando los fatales efectos de estos sobre las masas. Tampoco somos más parciales con nosotros mismos. No obstante que estamos preparados para entregar cualquier día nuestra vida por la TEOSOFÍA –esa gran causa de la Hermandad Universal por la cual vivimos y respiramos– y que estamos dispuestos a proteger a todo teósofo si fuese necesario, con nuestro propio cuerpo, sin embargo, nosotros denunciamos abierta y virulentamente toda distorsión de las líneas generales sobre las que primariamente fue edificada la Sociedad Teosófica, así como el gradual relajamiento y socavamiento del sistema original, por la sofistería de muchos de sus más altos dirigentes. Cargamos con nuestro karma por nuestra falta de humildad durante los primeros días de la Sociedad Teosófica; debido a nuestro aforismo favorito: “Vean , como esos Cristianos se aman unos a los otros” lo cual ahora ha sido parafraseado diariamente y, casi a cada hora de la siguiente manera: “Contemplen, como nuestros teósofos se aman unos a los otros”. Y temblamos al pensar que, al menos que enmendemos muchas e nuestras formas de actuar y de nuestras costumbres en a Sociedad Teosófica en general y que las suprimamos, la Revista Lucifer tendrá algún día que poner en evidencia más de un manchón en nuestro propio blazón, como es: el culto a la personalidad, la falta de caridad, y el hecho de sacrificar a la vanidad personal el bienestar de otros Teósofos de manera más “feroz” de lo que lo hacen las diferentes Iglesias de estado y la Sociedad Moderna, a las cuales hemos acusado de disimulación y abusos de poder.
Con todo, hay algunos Teósofos que olvidan la viga que tienen en su propio ojo, creyendo seriamente que es su deber el denunciar toda paja que perciben en el ojo de su vecino. Es así como, uno de nuestros miembros que estimamos muchos, y, que es un gran trabajador y de mente noble, escribe en relación a la mencionada 3a cláusula:
El “compromiso” obliga al que lo toma, a nunca hablar mal de nadie. Pero creo, que hay ocasiones en que la acusación severa es un deber para con la verdad. Hay casos de traición, falsedad, bellaquería en la vida privada que deben ser denunciados por todos aquellos que están ciertos de ello; y hay casos en la vida pública de venalidad y envilecimiento que los buenos ciudadanos están obligados a fustigar sin piedad. La cultura Teosófica no sería una bendición para el mundo si favoreciera la falta de hombría, la debilidad, y la flacidez del tejido moral…
Nos duele sinceramente el encontrar a un hermano tan valioso, sosteniendo tales puntos de vista equivocados. Primero que nada, pobre sería la cultura teosófica que no lograra transformar a un simple “buen ciudadano” de su propio país nativo, en un “buen ciudadano” del mundo. Un verdadero teósofo debe ser un cosmopolita de corazón. Debe abrazar a la humanidad, a toda la humanidad, en sus sentimientos filantrópicos. Es más elevado, y con mucho, más noble, el ser uno de aquellos que aman a sus semejantes, sin distinción de raza, credo, casta o color, que ser meramente un buen patriota, o aún menos un partisano. El medir con una medida a todos, es más santo y más divino que, ayudar a su país en sus ambiciones privadas de agrandamiento, lucha o guerras sangrientas en nombre de la CODICIA y el EGOISMO. Se nos dice que “la censura severa es un deber para con la verdad”. Y esto es así; a condición, sin embargo, de que uno censure y luche en contra de la raíz del mal y no gaste su furia tratando de derribar las flores irresponsables de su planta. El horticultor prudente desenraizará las yerbas parásitas, y a penas perderá su tiempo usando las tijeras de su jardín para cortar las puntas de las yerbas venenosas. Si un teósofo, fuese por casualidad funcionario
público, juez o magistrado, abogado o incluso predicador, entonces sería desde luego el deber para con su país, su conciencia y con aquellos que han confiado en él, “el denunciar severamente” todo caso de “traición, falsedad y bribonería” aún en la vida privada; pero –nota bene– solo si se le pide o se le llama a ejercer su autoridad legal, y, no de otra manera. Esto no sería ni “hablar mal” ni “condenar”, sino trabajar verdaderamente por la humanidad; tratando de preservar a la sociedad de la cual es parte, para que no sea engañada y protegiendo la propiedad de los ciudadanos confiada a su cuidado como funcionario público, para que no le sea arrebatada temerariamente. Pero incluso entonces el teósofo podrá hacer valer sus derechos como magistrado. mostrando su misericordia al repetir como el severo juez de Shakespeare: “Demuestro mucho más cuando muestro justicia”.
Pero ¿qué tiene que ver con los delitos de sus semejantes un miembro “común y corriente” de la Sociedad Teosófica, independiente de cualquier función pública o puesto y que no es ni juez ni fiscal público. Ni tampoco predicador? Sí un miembro de la S.T. fuese culpable de alguno de los crímenes enumerados más arriba. o de incluso un crimen aún peor, y si otro miembro contara con evidencia irrefutable respecto a esto podría llegar a ser su penoso deber de hacerlo del conocimiento del consejo de su Rama. Nuestra Sociedad tiene que ser protegida, así como sus numerosos miembros. Esto asimismo, sólo sería simple justicia. Una enunciación natural y veraz de hechos no puede ser considerada “hablar mal”, o como acusación de un hermano. Sin embargo entre esto, y una calumnia o murmuración hay un gran abismo. La cláusula 3 sólo se refiere a aquellos que, no siendo de ninguna manera responsables de la acciones de sus semejantes o de su modo de vida, no obstante, los juzgan y condenan en toda oportunidad. Y en tales casos esto sé convierte en “difamación” y “hablar mal”.
Así es como entendemos la cláusula en cuestión; ni tampoco creemos que al hacerla valer “la cultura teosófica” “está promoviendo falta de hombría, debilidad o flacidez en el tejido moral”, sino todo lo contrario. Creemos que el verdadero valor no tiene nada que ver con la acusación; hay poca hombría en criticar y condenar a nuestros semejantes por detrás de sus espaldas, ya sea por algo malo que hayan hecho a otros o por agravios hacia nosotros. ¿Consideraríamos como “falta de hombría” las virtudes sin paralelo inculcadas por Gautama el Buddha, o el Jesús de los Evangélicos? Entonces la ética predicada por el primero; ese código moral que el profesor Max Müller, Burnouf e incluso Barthélemy Saint–Hillaire han declarado unánimemente como el más perfecto que haya conocido el mundo, no sería nada mejor que unas palabras sin sentido, y más valdría que nunca se hubiese escrito el Sermón de la Montaña. ¡Considera entonces nuestro correspondiente como debilidad y falta de hombría la enseñanza de no resistencia al mal, de bondad hacia “todas” las criaturas y del sacrificio de sí mismo por el bien de otros? ¿Y debemos ver los mandamientos de, “No juzgues para que no seas juzgado” y Envaina tu espada… porque el que vive por la espada perecerá por la espada”, como “flacidez del tejido moral” o como la voz de Karma?
Pero nuestro correspondiente no es el único que piensa de esta manera. Son muchos los hombres y mujeres, buenos. caritativos, abnegados, y, que aceptarían sin dudar todas las otras cláusulas del “Compromiso”, que no se sienten a gusto y casi tiemblan ante este artículo especial. ¿Pero por qué? La respuesta es fácil: simplemente porque temen incurrir en PERJURIO, inconsciente (para ellos), y casi inevitable.
La moraleja de la fábula y su conclusión son sugerentes. Es una bofetada directa en la cara de la educación Cristiana y de nuestra sociedad moderna civilizada en todos sus círculos y en toda tierra Cristiana. Este hábito de hablar de manera no caritativa de nuestros semejantes y hermanos a toda oportunidad; es un cáncer moral que la corroído tan profundamente el corazón de todas las clases de la Sociedad desde la más baja hasta la más alta, ¡que ha conducido a sus mejores miembros a sentir poca confianza en sus propias lenguas! Por la mera fuerza de hábito, no se atreven a confiar en ellos mismos, que se abstendrán de criticar a otros. Este es un “signo de los tiempos” totalmente siniestro.
En verdad, la mayoría de nosotros, de cualquier nacionalidad, hemos nacido y hemos sido criados en una densa atmósfera de chismes, críticas no caritativas y censura al por mayor. Nuestra educación en esta dirección comienza en la casa de cuna. donde la enfermera en jefe odia a la aya. esta última odia a la institutriz y a las demás enfermeras y sin importar la presencia de los “bebés” Y de los niños, refunfuñan incesantemente en contra de los jefes, criticándose entre sí, y haciendo observaciones descaradas de cada visitante. El mismo entretenimiento nos sigue en el salón de clases, ya sea en casa o en la escuela pública. Alcanza la cima del desarrollo ético durante los años de nuestra educación e instrucción religiosa práctica. Somos embebidos hasta los tuétanos con la convicción de que, aunque hayamos “nacido en pecado y total depravación”, nuestra religión es la única que pude salvamos de la condenación eterna, mientras que el resto de la humanidad está predestinado desde las profundidades de la eternidad al inextinguible fuego del infierno. Se nos enseña que el calumniar al Dios de todo otro pueblo y religión es un signo de reverencia para con nuestros propios ídolos y es una acción meritoria. Se inculca sobre nuestras mentes plásticas jóvenes, la figura de un “Señor Dios”, el “Absoluto personal” siempre difamando y condenando aquellos que ha creado, maldiciendo a los testarudos Judíos y tentando a los Gentiles.
Por años las mentes de los jóvenes Protestantes son periódicamente enriquecidas con una selección de maldiciones, tomadas del oficio religioso del Miércoles de Ceniza, denominado De la Amenaza (Commination), en el cual “se proclama la ira de Dios y el juicio de los pecadores”, además de la condenación eterna para la mayoría de las criaturas; por su parte el joven Católico desde su nacimiento escucha constantemente las amenazas de maldición y excomunión de su Iglesia. Es en la Biblia y en el libro de oraciones de la Iglesia de Inglaterra que los muchachos y muchachas de todas las clases conocen la existencia de vicios, la mención de los cuales, en las obras de Zola, caen bajo la prohibición de la ley como inmorales y depravadas, pero ante cuya enumeración y maldición en las Iglesias, jóvenes y viejos tienen que decir “Amén”, después del ministro del manso y humilde Jesús. Este último dijo, no jures. no maldigas, no condenes sino que “ama a tus enemigos, bendice a los que te maldicen, haz el bien a los que te odian y persiguen”. Pero el canon de la iglesia y, del clero les dice: De ninguna manera. Hay crímenes y vicios, “por los que vosotros afirmáis con vuestras propias bocas que es legítima la maldición de Dios” (Ver los oficios religiosos “De la Amenaza” (Commination). No es de extrañar entonces que posteriormente en la vida, los. Piadosos Cristianos traten de emular a “Dios” y al sacerdote. ya que en sus oídos aún suenan las palabras, “Maldecido será aquel que remueva las mojoneras de su vecino” y “Maldecido será el que haga aquello o lo otro. Incluso, aquel que ponga su confianza en el hombre”(¡!), y con el juicio y condenación de “Dios”. Ellos juzgan y condenan a diestra y siniestra dando rienda suelta a la calumnia y a la “amenaza” (Comminating) al por mayor, por su propia cuenta ¿Acaso se olvidan de que en la última maldición –el anatema en contra de los adúlteros y borrachos, idolatras y extorsionadores, –van incluidos también “los CRUELES y los CALUMNIADORES”?¿Y que al haberse unido al solemne “amén” después de este último rayo Cristiano, han afirmado “con sus propias bocas que se cumpla la maldición de Dios” sobre sus propias cabezas pecadoras?
Pero esto no parece preocuparle mucho a nuestra sociedad de difamadores. Porque tan pronto como dejan sus bancos de escuela, los niños educados religiosamente, hijos de padres que frecuentan la iglesia, son tomados de la mano por aquellos que los precedieron. Aleccionados por las lenguas más viejas y de mayor experiencia para pasar su examen final, en esa escuela de escándalos, llamada el mundo, y obtener su Maestría en Humanidades en la ciencia de la hipocresía y la amenaza, un miembro respetable de la sociedad sólo tiene que afiliarse a una congregación religiosa: y convertirse en mayordomo de una cofradía o dama protectora.
¿Quién se atrevería a negar que en nuestra época, la sociedad moderna en su aspecto general, se ha convertido en una vasta arena para semejantes crímenes morales, realizados entre dos tazas del té de las cinco de la tarde y entre alegres bromas y risas? La sociedad es ahora más que nunca una especie de matadero internacional bajo las ondulantes banderas de las reuniones sociales: y el Cristianismo clerical y la cultivada charla ociosa del mundo, en las que cada uno se convierte a su tuno, tan pronto como da la espalda, en la víctima sacrificial y ofrenda de pecado para expiación, cuya carne chamuscada es percibida con deleite por las narices de la Sra. Grundy, una dama mojigata orgullosamente apegada al convencionalismo. “Recemos hermanos y demos gracias al Dios de Abraham y de Isaac porque ya no vivimos en los días del Cruel Nerón”, ¡oh!, y también agradezcamos que ya no vivimos bajo el peligro de ser lanzados a los leones, en la arena del Coliseo, para morir una muerte comparativamente rápida bajo las fauces de una hambrienta bestia salvaje! El Cristianismo se jacta de que nuestras formas de vivir y costumbres han sido maravillosamente suavizadas bajo la benéfica sombra de la Cruz. Sin embargo, sólo basta que entremos a una reunión moderna para que encontremos una representación simbólica, verdaderamente real, de las mismas fieras salvajes gozando de un festín y deleitándose , con los restos de huesos destrozados de sus mejores amigos. Miren a esos grandes gatos llenos de gracia y tan feroces, quienes con dulces sonrisas y ojos inocentes afilan sus garras color de rosa en preparación para jugar al gato y al ratón. ¡Hay del pobre ratón en el que se fijen esos orgullosos felinos de Sociedad! El ratón estará sangrando por años antes de que se le permita desangrarse para morir. Las víctimas tendrán que sufrir un martirio moral inaudito, enterándose por medio de los periódicos y los amigos que han sido encontrados culpables en uno u otro tiempo de la vida, de todos y cada uno de los vicios y crímenes enumerados en el oficio religioso de la Amenaza (Commination Service), hasta que, para evitar ser perseguidos, los susodichos ratones se convierten a su vez en feroces gatos de sociedad, haciendo temblar a su turno a otros ratones. ¿Cuál de las dos arenas será preferible. mis hermanos: la de los antiguos paganos o la de los países Cristianos?
Addison no tuvo palabras de desprecio suficientemente fuertes para reprender este chisme de Sociedad de los Caínes mundanos de ambos sexos.
¿Qué tan frecuente puede acabarse con la honestidad y la integridad de un hombre [se exclama él] por medio de una sonrisa o un simple encogimiento de hombros? ¿Cuántas acciones buenas y generosas se han hundido en el olvido por una mirada desconfiada, o han sido estampadas con la imputación de proceder de malos motivos, por un misterioso y oportuno susurro dicho al oído? Miren… que porción tan grande de castidad se pierde en el mundo por insinuaciones distantes– movimientos de cabeza y crueles guiños de ojos significando sospecha, provocados por la envidia de aquellos que se encuentran más allá de toda tentación. Qué tan frecuente se hace sangrar la reputación de una criatura inocente a través de un reporte –el cual aquellos que se toman el trabajo de propagarlo dicen con gran piedad y, simpatía, ¡que lo sienten mucho y esperan en Dios que no sea cierto!
De Addison pasamos a Sterne el cual trata este tema y, parece continuar esta imagen diciendo que:
Tan fructífera es la calumnia en variedad de recursos para saciar, al igual que para disfrazarse, que si esas armas tan sutiles cortan con tanto dolor; ¿qué Podríamos decir del escándalo abierto y desvergonzado, sujeto a ningún recato y restringido a ninguna limitación? Si la primera como una flecha disparada en la obscuridad. causa sin embargo tanto daño secreto, este último, como la peste, que con rabia ataca al medio día. barre con todo lo que encuentra arrasando por igual lo bueno y lo malo: un millar cae frente a él y diez mil a su derecha; todos caen, tan desgarrados y hechos pedazos en la parte más tierna de ellos mismos, y tan despiadadamente masacrados que a veces nunca se recobran de las heridas o de la angustia del corazón que les han ocasionado.
Tales son los resultados de la calumnia y la difamación y desde el punto de vista de Karma, muchos de esos casos equivalen a más que un crimen a sangre fría. Por lo tanto, aquellos de entre los “Miembros trabajadores” de la Sociedad Teosófica que quieran llevar la “vida superior”, deben sujetarse a esta promesa solemne, o permanecer como miembros haraganes o parásitos. No es a estos últimos a los que se dirigen estas páginas, ni tampoco se sentirán interesados por esta cuestión, ni tampoco es un consejo que se ofrezca a todos los miembros de la S.T. en general. Ya que el “Compromiso” bajo discusión es solamente tomado por aquellos Miembros que han comenzado a ser referidos en nuestros círculos de las “logias” como miembros “trabajadores” de la S.T. Todos los demás, esto es, aquellos miembros que prefieren permanecer como ornamentos, y pertenecer a los grupos de “admiración” mutua; o aquellos que habiéndose afiliado por mera curiosidad, y sin cortar su conexión con la Sociedad se han ido calladamente; o por otra parte, aquellos que sólo han preservado un interés (si aún lo hubiere) superficial, una simpatía tibia por el movimiento –y estos constituyen la mayoría en Inglaterra– todos estos no necesitan agobiarse con semejante promesa. Habiendo sido por años el “Coro Griego” en el bullicioso drama escenificado. Ahora conocido como la Sociedad Teosófica, ellos prefieren permanecer como son. Considerando. su número, el “coro”, sólo tiene que ser, como en el pasado, un espectador de lo que pasa en la acción de las dramatis personae y sólo se requiere que exprese ocasionalmente sus sentimientos. repitiendo las gemas finales de los monólogos de los actores, o permanecer callado –de acuerdo a lo que elija. “Los filósofos de un día”– como los llama Carlyle, no desean, ni tampoco deseamos que “se afilien”. Por lo tanto, aún si estas líneas encontraran sus ojos, se les pide respetuosamente recordar que lo que se ha dicho no se refiere a ninguna de las clases de miembros enumerados más arriba. La mayoría de ellos se ha afiliado a la Sociedad como habrían comprado un libro barato. Atraídos por lo novedoso de su encuadernación. lo abrieron: Y después de darle un vistazo al contenido y al título al lema y a la dedicatoria, lo han arrinconado en una repisa escondida. no volviendo a pensar más en él. Tienen derecho al volumen, en virtud de haberlo comprado pero se referirán a él, no más de lo que lo harían de un mueble anticuado relegado como un armatoste al cuarto de trastos viejos, porque su asiento no es suficientemente confortable, o está fuera de proporción respecto a su estatura moral e intelectual. En uno de cada cien, esos miembros no verán ni siquiera Lucifer porque ya se ha convertido ahora en un asunto de estadísticas teosóficas, que más de dos tercios de sus suscriptores no son teósofos. Ni tampoco son más afortunados que nosotros, el Theosophist de Madrás, el Path de Nueva York, el Le Lotus Frances y, ni siquiera el maravillosamente barato e internacional “T.P.S.” (Theosophical Publishing Society, de 7, Duke Street, Adelphi). Como todos los profetas, no carecen de honores y buen nombre, salvo en sus propios países, y sus voces en los campos de la Teosofía, son verdaderamente “como la voz del que clama en el desierto”. Esto no es una exageración. Entre los respectivos suscriptores de esas diferentes publicaciones Teosóficas, los miembros de la S.T. de los cuales ellas son sus órganos y para cuyo único beneficio se pusieron en marcha (sus editores, directores y todo el personal de colaboradores constantes que trabajan gratis y que además pagan de sus propios y generalmente muy escasos bolsillos, a los impresores, a los editores y ocasionalmente a los colaboradores) son en promedio el 15 por ciento. Este es también un signo de los tiempos, y muestra la diferencia entra los Teósofos que “trabajan” y los que “descansan”.
No debemos terminar sin dirigimos una vez más a los primeros. ¿Quién de estos asumiría la responsabilidad de mantener, que la cláusula 3 no es un principio fundamental del código de ética que debe guiar a todo Teósofo que aspire a convertirse en uno de verdad? ¿Siendo una asociación de hombres y mujeres tan grande. Compuesta de nacionalidades, caracteres, credos y formas de pensar de lo más heterogéneas, está expuesta por esa misma razón, a encontrar excusas fáciles para disputas y rivalidades. Por ello, la cláusula en cuestión debe llegar a ser parte integrante de las obligaciones de cada miembro –trabajador u ornamental– que se adhiera al movimiento Teosófico. Nosotros pensamos así, y lo dejaremos a la futura consideración de los representantes del Consejo General que se reunirán en el siguiente aniversario en Adyar. En una Sociedad que pretende seguir un elevado sistema de ética –la esencia de todos los códigos anteriores de ética– y la cual confiesa abiertamente sus aspiraciones a emular y avergonzar por su ejemplo práctico y forma de vida a los seguidores de toda religión. Un compromiso como éste, constituye el sine qua non del éxito de esa SOCIEDAD. En una agrupación en donde “cerca de la malsana ortiga florece la rosa”, un compromiso de tal naturaleza es la única salvación. Ninguna ética vista como una ciencia de deberes mutuos –ya sean sociales, religiosos o filosóficos– de un hombre a otro hombre podrá
considerarse completa o consistente, al menos que tal regla se ponga en vigor. Y no sólo esto, sino que, si no queremos que nuestra Sociedad se convierta de facto y de jure en una gigantesca farsa que desfila con pompa y ostentación bajo su insignia de la “Fraternidad Universal” –cada vez que se viole esa ley de leyes, deberá seguirse la expulsión del calumniador o difamador. Ningún hombre honesto. y menos aún un Teósofo. podrá pasar por alto las siguientes líneas de Horacio:
Aquel que insulta o se burla de sus amigos ausentes,
O que no los defiende al oír que los difaman:
Anda contando chismes y causa el descrédito de sus amigos. Ten cuidado de él, porque de seguro ese hombre es un BRIBON
(Is Denunciation a Duty?, Lucifer, dec. 1888)